Croosover entre el ministerio del tiempo y amar es para siempre parte dos

CAPITULO 5 : TIEMPO DE TIERRA A LA VISTA

Rubén después de atravesar la puerta 58 apareció en el 13 de mayo de 1952 , el día de su boda con Valeria Prado, el supuesto día mas feliz de su vida dispuesto a salvarle la vida a la rubia. Don Patricio por su parte se encontraba en su habitual despacho e iba de un sitio a otro intentando encontrar una solución
-No debiste decirle lo de Valeria y menos de esa forma Laura-Decía Iñaki
-Idiota no es Iñaki se hubiera enterado de todas formas al menos ahora sabe que debe que tener cuidado y no aparecer por ahí o ponerse en contacto con alguien
-¡Laura no seas ingenua, no va a dejar que Valeria muera, hará lo que sea por salvarla¡
-¡¡Bueno ya basta¡¡. Grito don Patricio.-No nos conviene discutir entre nosotros
-Jefe Rubén corre peligro. Tenemos que hacer algo y pronto
-En eso si que estoy de acuerdo con Iñaki-Dijo Laura
-Mira vamos a pedirles a Victoria o a Lucrecia que estén atentas y si ven que algo raro le pasa a Rubén que nos avisen. Por nuestra parte también haremos lo mismo.
El pianista mientras tanto estaba comprando un billete de ida hacia Cuba y minutos después de salir de esa agencia de viajes se fue a un baño publico para afeitarse su característico bigote. Ya listo y acicalado se dispuso a ir a la casa de las Prado
-Rubén ¿Qué haces aquí?. Quedan apenas una hora para vuestra boda y da mala suerte ver a la novia antes del enlace. Son tradiciones
-Creo que la que va a tener mala suerte eres tu Elena pero es solo una opinión personal. Y ahora si no te importa llama a tu sobrina-Le contesto el de mala gana.
Y Elena sorprendida así lo hizo
-Rubén no me mires, que tengo el vestido de novia, y da mala suerte
-Se me había olvidado lo guapa que estabas -Le dijo el sonriendo .- Pero a lo que venia tenemos que hablar de algo muy importante y no tenemos tiempo.
-¿Y no puede ser después de al boda ?-Le cuestiono ella
-Es importante y no tenemos tiempo voy a ir al grano te vengo a traer un billete directa a tu felicidad-Le contesto el enseñándole el billete de avión
-Es un billete a Cuba pero ¿Porque me das esto si nos vamos a Roma de luan de miel?
-No es para nosotros es para ti, como te acabo de decir es un billete hacia tu felicidad. Vete a Cuba y se feliz con Diego, te lo mereces.
-Rubén creo que estas exagerando lo de Diego y yo..
-Valeria deja de engañarte a ti misma por primera vez en tu vida tu no me amas ni me vas a amar nunca y al final acabaras arrepintiéndote de casarte conmigo. Y en el fondo sabes que te estoy diciendo la verdad. Lo sabes
-¿Pero que va a pasar contigo y con la boda ?-Le pregunto Valeria preocupada.-Yo no quiero que sufras eres una buenísima persona, sensible y cariñoso
-Por mi no te angusties que sobreviviré perfectamente y lo hare estando en paz conmigo mismo por haber hecho feliz a la persona que quiero.
En ese momento Valeria lo abrazo agradecida y emocionada
-Se feliz Valeria ah y otra cosa no te fíes de tu tía, mantente alejada de ella hazme caso, yo se porque te lo digo-Le susurro Rubén correspondiendo el abrazo. Y ya con las cosas claras salio de esa tras ver como Valeria preparaba su maleta para irse rumbo a su felicidad. Y minutos mas tarde ya se encontraba otra vez en el ministerio del tiempo del 21 de diciembre de 1961. A la mañana siguiente la secretaria de don Patricio entro en el despacho del jefe con rapidez como siempre pasaba y como era habitual sin llamar a la puerta.
-Jefe tenemos problemas, Pedro de Lope no ha cantado lo de tierra a la vista.
-Bien pues llame a la patrulla, intentaremos arreglar el asunto. ¿Y por cierto se sabe algo de Cristóbal Colon?
-Pues que seguramente estará al borde de un ataque de nervios.
Aroa salió del despacho y aviso como era de costumbre a la patrulla, los cuales parecían encontrarse distraídos en la cafetería, la onubense leyendo rimas y leyendas de Bécquer. Victoria desayunando y Rubén absorto y a la vez sonriente observando el libro de Lucrecia . Tras el aviso del mesafono, los tres se miraron y el pianista bramó: -Ya nos toca movernos a salvar el ministerio. Vamos chicas .
Y Lucrecia enfadada soltó. -Con lo buenos se que son estos poemas, espero que sea algo de importancia.
Los tres caminaron hacia el despacho de don Patricio, el cual parecía que estaba ocupado dentro en alguna de sus conversaciones con alguien del ministerio.
-Que no, que cuantas veces tengo que contarle que no podemos poner cañones en la parte alta del Escorial, tranquilo que el monasterio es seguro Felipe.
Después pareció colgar para finalmente mirar a los tres de la patrulla
-¿Felipe V ? Preguntó Rubén
-No, es Felipe II que está en su silla observando las obras y piensa que se tiene que poner cañones en un monasterio que solo servirá para enterrar a reyes.
A lo que finalmente el ex pianista respondía.-Siempre se me olvidaba en el examen de historia quien construyo el Monasterio de El Escorial.
– Es muy fácil fue Juan de Herrera.-Le respondió Victoria Kent
Y como ya era tarde don Patricio se puso a agitar los brazos como si de un profesor de colegio se tratase cuando los alumnos no paran de hablar en mitad de la clase y no le dejan de dar la explicación.
-Vamos a lo serio, se habla de que Cristóbal Colon tiene un ataque de nervios y no puede medir la tensa situación y para colmo Pedro de Lope aparte de quedarse dormido cuando tenía que haber gritado tierra a la vista, se ha quedado afónico así que tenemos que ayudarle porque como siga cambiando de rumbo el barco de Colon vamos a descubrir Pernambuco o directamente Cristóbal Colon será colgado del palo mayor por haber prometido cosas que no se pueden cumplir.
Lucrecia muy seria preguntó- ¿Pero Colon tenía razón no?
A lo que Victoria respondió.-Si tenía razón pero sus hombres deseaban que se tocase tierra cuanto antes, antiguamente los viajes en barco. …
-¿Vamos a viajar en barco? Bramó la onubense asustada, ya que odiaba el mar
-Siempre podemos dejarte aquí -Respondió Rubén divertido
-Para eso ya tenemos las medidas necesarias- Dijo el subsecretario cuando vio que Lucrecia parecía quedarse atrás . Rubén observó aquel vaso de un color blanco nieve bastante inusual. -¿La vais a drogar? -Cuestiono alarmado
Y finalmente don Patricio le alzo el vaso a Lucrecia para que se lo tomara
– Espero que este brebaje no me lleve a la tumba-Dijo con dudas la onubense.Y segundos más tarde la morena cayó desplomada al suelo y Rubén además de Victoria alarmados miraron a Don Patricio.
-Parece que ha hecho efecto el sedante-Dijo el subsecretario impasible
A lo que Victoria asustada preguntó ¿Ahora se droga a los empleados del Ministerio?
-Tan solo en ocasiones especiales, seguramente que no se enterará de nada cuando ya esté en el barco- Respondió don Patricio
-¿Y en la vuelta como lo hacemos? Cuestiono Rubén Tudela
-Tranquilo, Rubén que cuando descubráis tierra tendréis a un agente de campo en San Salvador. Y podréis cruzar una puerta en una de las pocas chozas que tienen los indígenas de esa isla. Aunque pensándolo también podéis descubrir tierra y volver al despacho donde os esperará el funcionario para abriros de nuevo la puerta. Eso lo dejo a vuestra elección de si queréis viajar a tierras tropicales. ..
-Creo que no sería buena idea pasear por ahí y mas en 1492 puede que nos pique un mosquito o un bicho del que a lo mejor se desconoce una vacuna- Soltó el ex pianista. En el camino hacia la puerta Rubén cargaba a Lucrecia como si de un maniquí se tratase, no era mucho más sencillo el que se hubiera bebido el vaso justamente cuando entrase en la puerta, eso era lo que pensaba una y otra vez Rubén Tudela que veía aquello como un esperpento digno de Valle Inclán. Tras pasar por el Bedel que seguía ocupado en su habitual lectura bajaron las escaleras con dificultad, pero finalmente llegaron y Victoria tras señalar la puerta entró la primera y segundos más tarde, la siguió Rubén con Lucrecia en brazos que seguía con los ojos cerrados y a la que escuchó dar un breve murmullo
-Tranquila aguanta que ya estamos pronto dentro del barco. Respondió Rubén
Y la patrulla ya estaban en el barco o más conocida como la carabela “La Pinta”. Según don Patricio debían de encontrarse con uno de los grumetes enrolados y que era uno de los funcionarios del tiempo .
– Bien el plan es que al final nuestro popular marinero que dirá lo de “tierra a la vista” va a tener que ser sustituido, tenéis nombres encubiertos pero lo siento por vosotras pero debéis de permanecer en este lugar, no hemos podido usar ningún traje para camuflaros, ya se sabe que el Ministerio siempre anda corto de presupuesto.
A Victoria no le pareció correcto por el gesto que hizo pero no tuvo más remedio que sentarse y aceptar. Aunque en el fondo sabía que debía de realizar algo.
Cuando Rubén finalmente salio a superficie se encontró en mitad del mar y el grumete le presentó a Martín Alonso Pinzón. El cual no dejo ni un instante de mirarlo y sin dudar le puso a fregar la cubierta, ya que desconocía las técnicas de barco. Así que día tras día parecía que aquel barco no se movía y empezaron las broncas mientras a los lejos se seguía divisando los mismos dos barcos que acompañaban a la pinta.
-Santa María que pinta tiene tu niña- Soltó Rubén cuando se acordaba de aquellos exámenes de historia que tenía que hacer cuando era pequeño.
Y parecía que los días seguían siendo semanas. Hasta que finalmente alguien subió a lo alto del barco, en la cola donde el vigía actuaba siempre de oficio.
-Demonios ¿Qué hace esos grumetes subiendo por el mástil?
El hermano Pinzón extrañado se quedó señalando a sus hombres, acerca de esos misteriosos hombres o en este caso mujeres que subía a lo alto.
Finalmente llegaba y se quedaba mirando a lo lejos con algo que Rubén reconoció como unos prismáticos pero de su tiempo y no de tiempos aquellos.
-¡TIERRA A LA VISTA! -Gritaron Victoria Kent y Lucrecia Hernández
Aquellas voces tan graves o que intentaba ponerla de un modo grave, en efecto dio con que Rubén se topara con sus compañeras. Enseguida los grumetes y todos los miembros de aquel barco empezaron a aplaudir y bailar como si de una obra de teatro resultase. El ex pianista no podía creer que después de tanto tiempo pudiesen encontrar tierra, y lo más sorprendente es que al final no había hecho mas que limpiar. Cuando los seres misteriosos bajaron de arriba, pudo ver que se trataba de unas barba postiza. Rubén , y los “hombres” misteriosos bajaron hasta el despacho.
-Os podrían haber descubierto. Y en cuanto a ti Lucrecia podría haberte dado un ataque de pánico al ver el mar , marearte y caerte desde el mástil -Dijo Rubén
-Fue una orden de don Patricio, así que no he podido negarme ni quedarme cruzada de brazos-Le espeto Lucrecia. El grumete y enlace del ministerio que andaba por allí finalmente los abrió la puerta para que volviesen al Ministerio .Y tras cruzar la puerta, se dispusieron a ir al despacho de don Patricio. El cual les esperaba sentado leyendo un tomo acerca del Descubrimiento de América.
En el tomo se podía leer que un hombre llamado Pedro de Lope con una barba muy rara junto a otro compañero gritaran tierra a la vista. Y que enseguida otros miembros gritaron lo mismo en los otros barcos, esto hizo que Colon se sintiese aliviado a la vez que demostraba que tenía razón.
-Bien, parece que tras haber hecho la misión todo ha quedado tal y como está la historia. Os habéis ganado unas merecidas vacaciones de Navidad por haber cumplido tan bien la misión. Felices fiestas patrulla-Dijo el subsecretario feliz. Y la patrulla se fue. Pero la alegría les duro poco a los jefes del ministerio ya que a la mañana siguiente Laura e Iñaki tras su visita al anatómico forense se dieron cuenta que Valeria Prado no se encontraba ahí, que no había muerto aquella madrugada del 21 de diciembre de 1961 por “suicidio” y tras averiguar lo que había pasado descubrieron horas más tarde que Valeria había muerto el 3 de abril de 1961 por un accidente de coche producido bajo los efectos del alcohol de su marido : Diego Tudela Suárez. Y discutieron del tema en la cafetería del ministerio
-¡¡Mira que te lo dije Laura. Te dije que Rubén iba a intentar salvar a Valeria Prado. ¿Y ahora que hacemos eh? ¿Qué hacemos con esta paradoja?¡¡-Gruño Iñaki
-No hay ninguna paradoja Iñaki, Valeria Prado ha muerto.. Da igual que fuera en diciembre que en abril, su destino era morir en 1961 con 29 años
-Ya eso esta muy bien pero no sabemos como afecto eso a Rubén. Quizás ya ni trabaja para este ministerio, puede que este casado , con hijos, etc..
-Eso lo podemos averiguar ahora mismo. Don Patricio vamos a su despacho a buscar los archivos de los patrullantes-Dijo Laura.-Estoy segura de que sigue con nosotros
-Ojala Laura, ojala- Decía Iñaki Plazaola.
Y minutos después los tres mandamases del ministerio buscaban desesperadamente los archivos de los funcionarios que trabajan en el ministerio
-Bualah, aquí esta el expediente de Rubén Tudela. Vamos a leerlo-Dijo la pelirroja
Y los tres se dispusieron a leerlo mentalmente “Rubén Tudela Suárez, nacido el 27 de junio de 1929 , año de procedencia 1961, estado civil : soltero”
-Aja, ves el primer cambio drástico pelirroja-Exclamo Iñaki
-Fue reclutado por la jefa de operaciones Laura Castaño en el Hospital Psiquiátrico Provincial de Madrid, el 30 de septiembre de 1961 tras 5 meses de ingreso por depresión y ataques de ansiedad debido a la muerte de su ex prometida en abril del mismo año y la entrada en la cárcel por homicidio imprudente de su hermano Diego Tudela . Pero no fue su primer ingreso ya que desde octubre de 1960 a enero de 1961 estuvo ingresado con el mismo diagnostico tras un fracaso laboral
-Parece ser que no ha cambiado mucho los hechos. Ha sido reclutado en el mismo año, solo cambia la situación y el como pero Rubén sigue con nosotros
-Si sigue con nosotros pero tu reclutaste al Rubén Tudela que había estado casado con Valeria Prado. Y por culpa de haberte ido del morro tenemos a un Rubén distinto, con distintos recuerdos, con distintas vivencias. En fin otro Rubén Tudela
-No, tenemos al mismo solo que sus situaciones han cambiado.
-Podría ser pero cuando el Rubén que ha creado esta paradoja rarita se entere de que no le ha valido para nada lo que ha hecho volverá a las mismas. Debemos callarnos
-Por primera vez estoy de acuerdo contigo, pero se que esta mentira nos va a durar muy poco. Rubén es listo se dará cuenta, si es que no lo sabe ya
-Por el momento, se lo ocultaremos. No creo que vaya mucho por el cementerio de la Almudena pero por si acaso que sus compañeras estén a su lado día y noche y también lo mantendremos distraído mandándole a misiones . Puede que su pasado haya cambiado pero no nos podemos permitir que su futuro cambie.-Exclamo don Patricio.
Sin embargo lo que no se imaginaba es que el susodicho si estaba en la Almudena visitando a sus padres junto a sus leales compañeras del ministerio pero no se imaginaban que se iban a encontrar con Elena Padilla que estaba yendo a visitar a Valeria. Esta increpo y le echo la culpa a Rubén de lo sucedido
-¡¡Esta muerta por tu culpa, si tu no te hubieras empeñado para que se fuera a Cuba para que se casara con el idiota de tu hermano ahora estaría viva¡¡.
Ya a solas los tres observaron la tumba de Valeria (14-02-1932, 03-04-1961)
-Rubén dime que lo que ha dicho esa señora no es cierto. Que no has te has atrevido a atravesar unas de las puertas del ministerio para cambiar tu pasado-Dijo Victoria
Pero Rubén se quedo callado, todavía en shock por haber descubierto que lo que había hecho no había servido para nada
-¿Te volviste loco? ¿Cómo se te ocurre?. ¿Tu sabes lo que te va a caer por parte de don Patricio?. ¡¡Vas acabar en la Huesca del siglo XI por idiota¡¡-Le grito la abogada
-¡¡Déjame Vicky, déjame¡¡. ¡¡Yo no podía permitir que Valeria se suicidara yo solo quería salvarla la vida y que fuera feliz¡¡
-Y se nota el buen trabajo que has hecho. Porque ha acabado muerta de todas formas
-¡¡Me niego¡¡-Chillo Rubén para salir corriendo rumbo al ministerio para atravesar una de las puertas para cambiar su pasado.
– Yo voy contigo Rubén. ¿A que fecha vas?-Pregunto Lucrecia
-A la madrugada del 21 de diciembre de 1961. No pienso dejar que el amor de mi vida muera o se mate. No si yo puedo impedirlo. Y si para eso tengo que atravesar la puerta 58 una y otra vez lo haré. ¡¡Aunque pase el resto de mi vida en la cárcel de Huesca¡¡-Exclamo Rubén y rápidamente atravesó la puerta y segundos después Lucrecia. Mientras tanto Victoria estaba ya en su casa de 1961 sin saber que hacer
en el fondo sabia lo que iba hacer su jefe pero por una extraña razón fue incapaz de delatarlo ante sus superiores. Bueno si lo sabia estaba de acuerdo con Rubén
-Aquí estamos Lucrecia, aquí es donde vivía con Valeria
-Tenemos que darnos prisa., antes de que nos descubran -Le respondió ella, y así lo hicieron entraron a la casa donde vivía Rubén dispuesto a salvarle la vida a Valeria pero no esperaban encontrarse Augusto y Elena sujetando a Valeria para dispararla. Y todo sucedió muy rápido Augusto al verlos quiso disparar a Rubén pero Lucrecia le disparo en la cabeza para impedirlo y Elena asustada soltó a Valeria y quiso hacer lo propio con Rubén y Lucrecia pero Valeria se interpuso entre la bala y Rubén y acabo recibiendo aquel disparo que la dio justo en el corazón. Y la onubense se abalanzo sobre ella para impedir que huyera o consiguiera matarlos
-¡¡Lo sabia , sabia en el fondo que tu estabas detrás de su muerte ¡¡. ¡¡Asesina¡¡-
Y furioso cogio a Elena y con ayuda de su compañero consiguió empujarla para tirarla por la ventana de cabeza , y a ser un cuarto piso Elena Padilla murió en el acto
-Esta muerta, el amor de mi vida ha muerto Lucrecia. Mírala no respira-Dijo Rubén llorando con Valeria en brazos
-Debemos irnos con el escándalo que hemos montado algún vecino podría habernos visto o peor haber avisado a alguna alguacil . ¡¡Vamos no tenemos tiempo¡¡
Y a regañadientes Rubén hizo caso a su compañera.
-Rubén has hecho todo lo posible por salvarla no una sino dos pero quizás su destino era morir este año. Al menos te queda el consuelo que en el segundo intento los culpables de su muerte ya están en el infierno pagando y eso ya es algo- Le decía Lucrecia horas mas tarde en al casa que compartía este con Victoria Kent
-En eso Lucrecia tiene razón. Quizás el destino de Valeria era morir
Pero Rubén Tudela no las hizo ningún caso, estaba tumbado en su cama en estado catatónico. Y así se tiro toda las vacaciones de navidad. Y pesar de que sus compañeras de patrulla intentaron ayudarlo no les fue posible por lo que al final claudicaron y tuvieron que avisar a don Patricio de lo sucedido y este junto a Laura e Iñaki fueron a ver el estado del jefe de la patrulla principal del ministerio. Y al encontrárselo destrozado y en estado catatónico no les quedo otro remedio que ordenar su ingreso (por 1º o 3º vez según se mirara) en el hospital psiquiátrico provincial de Madrid.

CAPITULO 6 : TIEMPO DE LOCURA

(Palacio de Greenwich, Inglaterra 1509)

“Querido Rubén:
No sé por qué, pero ha vuelto a suceder. Somos amigos y me habría gustado volver a verte ; pero ahora lo temo. Cada vez me da más miedo soñar contigo.
Sé que algo no va bien. Eso siempre lo he sabido, aunque no quieras o no puedas decírmelo. No quisiste hablarme de aquella mala noticia , pero intuyo que tiene relación conmigo y sobre mi intuición sobre mi matrimonio con Enrique .
¿Qué otra cosa podría ser? Tampoco sé quién es esa mujer rubia que aparece constantemente en mis sueños pero sí se que la quieres. O la querías. O la querrás:
Es difícil saber de qué tiempo vienes, pero siempre he tenido la extraña sensación de que no es el mío. Hoy he soñado lo mismo, pero esta vez era diferente. Tú y yo estábamos uno al lado del otro, viendo demasiado bien cómo la muchacha caía al suelo mientras le salía sangre del corazón, como si estuviéramos mirando a través de los ojos de una calavera. Entonces te miré, pero era ella la que estaba sentada junto a mí. Y tú eras el que estaba con el corazón sangrando. Entonces lo comprendí todo. Ella te había roto el corazón en mil pedazos, igual que tu a ella. Se había vengado de algo. No consigo comprenderlo: ¿Vengarse? ¿Es eso lo que ella habría querido? Todavía no sé cómo hacerte llegar esta carta, pero necesito saber que estás bien.
Dime que me estoy preocupando sin necesidad, que sólo son desvaríos míos y que puedo estar tranquila. Tal vez así dejen de repetirse estos sueños.
PD: Estoy esperando un bebe, no te angusties que es de Enrique
Un abrazo,
Catalina ”
Habían pasado ya 127 días desde el ingreso de Rubén Tudela en el Hospital Psiquiátrico Provincial de Madrid, por ordenes del subsecretario del ministerio del tiempo. Aquel día primaveral estaba siendo bastante movidito en el psiquiátrico
-Por favor, intente calmarse, doña Amanda…
-¿El enfermero nuevo? -Rubén echó un vistazo a la identificación que exhibía el uniforme del recién llegado-Iván, ¿Necesita el historial?
-Es mi primer día. Y sí, lo necesito
-Paciente de 77 años sin familiares localizables. Demencia senil, con episodios de desorientación y ataques de pánico. Fobia al personal médico, relacionada con una experiencia muy traumática .
-Fobia de “bata blanca”: ¿Por eso no lleva usted el uniforme ? ¿Y las normas?
-Las normas ayudan a orientarse, sólo eso. Sobre todo al principio. Cuando estamos perdidos. ¿Usted lo está?
-No, eso no. Pero aun así ni que hubiera visto al doctor Mengele.
-Precisamente, la experiencia traumática fue de ese tipo . Estuvo en Mauthausen.
-¿Me está tomando el pelo?
Una voz de mujer interrumpió la conservación.
-Es cierto: ella estuvo entre los nueve mil españoles que nuestro país envió a campos de concentración alemanes. Pocos regresaron con vida.
Iván se quedó helado, sin saber bien qué decir. No estaba preparado para algo así.
Era sólo un estudiante en prácticas, y era su primer día.
-Dios mío
-Soy la doctora Abrines: ella está a mi cargo. Démosle tiempo –
Mientras hablaba, la psiquiatra ya se estaba despojando de su bata de médico.
Su mirada transmitía una curiosa mezcla de comprensión y autoridad. Asintió en dirección a Rubén éste le devolvió el gesto y se aproximó a la paciente.
-Tranquila, Amanda. Ya ha pasado todo. Soy yo, Rubén, Usted ya me conoce, sabe que no soy médico. Soy como usted ¿Me recuerda?
Poco a poco, a base de paciencia, la anciana se calmó lo suficiente para permitir que su interlocutor se aproximara. Después estalló en lágrimas y se abrazó a él.
-Gracias, Rubén -Sonrió la doctora, cuando la paciente por fin consiguió serenarse
-. Estrella todavía no lleva el uniforme: ella la trasladará a mi consulta.
-Según su historial, hace años lo controlaba mejor -Explicó el ex pianista al estudiante
.-Pero la demencia senil está reavivando sus peores recuerdos. Dicen que el tiempo lo cura todo; pero por desgracia, ella está perdiendo precisamente eso.
-Espero no tener que hacer como usted demasiado a menudo -Gruñó Iván-. Eso de camuflarse como enfermo no me parece muy profesional.
-¿Camuflarse? Disculpe, no me he presentado: Rubén Tudela. Enfermo psiquiátrico.
-Paciente depresivo. -Intervino la doctora-. Rubén, usted ya ha superado el tiempo que aconseja el protocolo de prevención de suicidios. Si sólo fuera por eso, ya deberíamos haberle dado de alta. Nos ayuda mucho: tiene un don para hablar con otros enfermos. Pero ¿Algún día nos hablará de sí mismo? . La pregunta ensombreció el rostro del pianista Le hizo recordar todo. Lo que debería contestar. Los secretos que no debía revelar. Lo que no deseaba recordar. Y sin darse cuenta de ello, se dejó caer hasta acabar sentado en el suelo; se abrazó las piernas y se encerró en sí mismo. Buscaba una respuesta, pero era incapaz de encontrar palabras para aquel maldito tema; enmudeció e intentó al menos evitar odiarse, tan infructuosamente como siempre.
-Ya no esta por mi culpa -Murmuró al fin.
-Es casi lo único que dice sobre su caso: No avanzamos -Se resignó la doctora, desalentada-. Cuando se enfrenta o habla con otros enfermos, siempre sabe qué hacer: empatia , supongo. Pero en lo demás está perdido. O quiere estarlo.
Mientras eso ocurría aquel 11 de mayo de 1962 sus compañeras de patrulla se encontraban en el Logroño de 1834 ( primera Guerra Carlista)
– Victoria ¡quédate detrás de mí!
Algunos de los carlistas portaban armas de fuego: Lucrecia desenfundó el revólver y comenzó por ellos. Las detonaciones resonaron en la posada como cañonazos a aquella hora intempestiva. El ruido pronto alertaría a todo el mundo y los enemigos tendrían que darse a la fuga… sólo había que mantenerse con vida hasta entonces.
Agotadas las balas, la onubense soltó el revólver y desenvainó las espadas.
Los asaltantes capaces de disparar ya habían caído; el acero de Lucrecia mantendría a raya al resto por un tiempo. Por muchos que fuesen, para usar las espadas tendrían que acercarse y ninguno de aquellos rufianes tenía ganas de ser el primero en morir de una estocada. A espaldas de su compañera, Victoria vio cómo se movía algo que no debería desplazarse: una gran pintura de bastante mala calidad, que representaba un bodegón. ¡Era una puerta camuflada!
– ¡Lucrecia, detrás de ti! -Grito su compañera
Victoria apuntó con su revólver hacia la entrada secreta (en realidad, una puerta normal, disimulada tras un cuadro del tamaño adecuado), pero dudó una fracción de segundo… lo suficiente para que su contrincante disparase primero. Instintivamente, se echó a un lado para proteger con su propio cuerpo a su compañera. Ese movimiento la salvó: sintió un dolor lacerante en el brazo izquierdo, donde apenas un instante antes habría estado su corazón. Pero algo iba mal: del brazo brotó un impresionante chorro de sangre, como si el disparo hubiese reventado alguna arteria importante, y dolorida, disparó como pudo. La vista se le estaba nublando; le invadió una extraña mezcla de asfixia y náuseas y todo le empezó a dar vueltas.
-¡Vicky! -Grito Lucrecia que se lanzó rabiosamente contra el recién llegado y lo atravesó con la toledana, sin dejar de mantener las distancias a su alrededor con la otra espada. Pero aquel movimiento dio ocasión a que los restantes enemigos se acercaran: Ella dejó caer el acero, tomó el revólver caído de su compañera y dio cuenta de los demás asaltantes, con una furia inusual incluso en ella
-¡Vamos, Vicky, aguanta! -Grito la onubense que maldijo la ausencia de Rubén, pero en el fondo sabía perfectamente qué hacer. Se quitó el pañuelo del cuello y ató la herida del brazo de su compañera en un precario torniquete. Después recogió las armas y abandonó el lugar llevando como podía con Victoria en brazos. La viuda negra se apresuró en atravesar el tumulto que ya comenzaba a agolparse en el piso inferior, antes de que algún curioso tuviera tiempo de reaccionar. Ya no quiso saber nada más de la maldita misión hasta que puso el pie en el Ministerio. Y al llegar los jefes se llevaron a la abogada republicana a la zona en obras del Hospital Gregorio Marañon, . Horas mas tarde Lucrecia entró en el edificio, (1962) armándose de resignación. “Por intentarlo otra vez no pierdo nada”, se dijo a si misma
El ex pianista solía parecer ausente ante las visitas. Pero esta vez miró a la onubense y a su alrededor, con extrañeza y pregunto – ¿Dónde esta Victoria ?
“Aleluya, me ha hablado. Si hubiera adivinado que eso le haría reaccionar, habría venido más veces sin ella…”. Pensó Lucrecia
-En el hospital la Princesa. La zona “en obras”.
-¿Una misión? -Se alarmó Rubén- ¿Qué ha pasado?
-Una emboscada en 1834; eran demasiados. Afortunadamente Victoria ya está fuera de peligro. Te envía esto-Le sonrió misteriosamente al ofrecerle la misiva .
El asombro de Rubén no tuvo límites cuando reconoció el nombre del remitente. Abrió el sobre y leyó el contenido con creciente incredulidad.
¿Cómo podía adivinar Catalina de Aragón aquellas cosas? ¿Y cómo conseguía encontrar palabras para sus miedos? Precisamente, las palabras que él nunca era capaz de hallar. ¡Las que necesitaba! “¿Vengarse? ¿Es eso lo que ella habría querido?”
Por alguna razón, nunca lo había mirado desde aquel punto de vista. Tendió pensativamente la carta a Lucrecia, que la leyó con curiosidad.
-Ella tiene razón -Comentó su compañera, impresionada-Seguramente tu mujer lloro mucho por tu “muerte“. Pero ¿Desearías que acabara como tú? ¿Encerrada aquí?
-Esto es diferente. Fue culpa mía.
-Fue asesinada por la víbora de su tía no por ti, tu no apretaste ese gatillo.
Si pensamos así, lo de Victoria también fue culpa mía, entonces. No supe prevenir la emboscada, no les vencí a tiempo, no me mantuve en guardia. ¡Ni siquiera la he enseñado a defenderse como Dios manda!
-Has dicho que eran demasiados, ¿No? Hiciste lo que pudiste.
-Entonces hazlo tú también. ¿Vas a rendirte así? ¿O ayudarás a quien todavía puedas? ¿Qué crees que esperarían ellas de ti? .
Al ex pianista le dio un vuelco el corazón. Las palabras de Lucrecia le estaban haciendo reaccionar como bofetadas. Pero las frases era buenas. ¿Cómo había podido olvidar a sus compañeras de aquella manera? ¿Cómo pudo meterla en semejante lío?
-No es justo. No os merecéis lo que os he hecho pasar.-Dijo finalmente y dicho esto se levantó, pero no para marcharse. Se limitó a abordar a la enfermera más próxima con sorprendente normalidad:
-Necesito ver a la doctora Abrines, por favor. Dígale que por fin quiero hablar.
Al día siguiente Rubén Tudela se encontraba en las oficinas del ministerio del tiempo
Hablando con sus superiores .El subsecretario fulminó a Rubén con la mirada.
-¡¡Ha desobedecido todas las normas de este ministerio¡¡-Le grito Patricio
– Hagan conmigo lo que tengan que hacer. Pero ya es hora de hablar claro.
-Explíquese Rubén-Le contesto Laura
– Sabéis bien que yo nunca quise trabajar aquí ni cumplir estas normas. Aun así, lo intenté. Obedecí durante mucho tiempo en muchas cosas que no me gustaron
-Eso no le exculpa -Le espetó Iñaki con frialdad-. Intentó cambiar la Historia. No la de alguien que esté en los libros, pero nunca se sabe. Es una infracción muy grave.
Patricio miró a Rubén y le pregunto-¿Está dispuesto a volver al trabajo?
-Si eso ayuda a mis compañeras, sí. He oído lo que le pasó a Victoria. Pero me sorprende que usted…
-¿Que le readmita después de su acto de indisciplina? Tomaremos medidas
-Usted dirá.
-Acompáñeme, por favor.
Minutos después los se encontraban en los lóbregos pasillos del penal que el Ministerio del tiempo tenia en la Huesca de 1053
-Comparado con esto, el psiquiátrico es una fiesta- Dijo Rubén asqueado
-Créame, en este siglo hay prisiones peores. Aquí al menos comen tres veces al día, y no hay instrumentos de tortura.
-Ni luz solar, ni atención médica… -El ex pianista acercó su antorcha a la celda que le indicaban y contuvo una exclamación de horror-. ¿Soledad Martínez?
-¿De qué te sorprendes? Tú me entregaste.
-Lo siento.
-Eso ya lo sé. ¿Ya lo intentaste? -Le pregunto la mujer mirándolo como si conociera todos sus secretos. Después cerró los ojos y se derrumbó de nuevo-. No puedes hacer nada. Estás tan condenado como yo.
Pasaron junto a varias celdas más, antes de salir de las mazmorras. Rubén Tudela estudió la expresión de Don Patricio con aparente calma. En realidad, con resignación.
-¿Va a dejarme aquí?
-Esta vez no. Pero no se permita ni un fallo más. No habrá más avisos, ni para usted ni para sus compañeras.
-¿Qué está diciendo? -La voz de Rubén se elevó tan bruscamente como su ritmo cardíaco. Por primera vez desde la (segunda) muerte de su mujer, sintió miedo.
No su habitual horror a estar vivo, sino a algo aún peor. Un miedo cerval.
-Lo que ha oído, Lucrecia también fue responsable de lo que usted hizo. No hizo nada por impedirlo todo lo contrario le ayudo al igual que Victoria
-No irá a… a ellas… – El ex pianista señaló indignado las mazmorras que acababan de abandonar-. ¡Ni siquiera usted puede ser tan hijo de…!
Don Patricio aguardó, impasible. O más bien, desafiante.
-Ha hecho bien en morderse la lengua -Dijo al fin-. Veo que comienza a comprender. Soy todo lo necesario para mantener el orden en este Ministerio, al igual que Iñaki y Laura Este secreto es peligroso y no admite errores. Ni suyos, ni de Lucrecia, ni de Victoria ni de nadie. Vuelva a pasarse de listo, y los tres acabarán aquí. ¿Entendido?
Rubén tragó saliva para intentar deshacer el nudo que se le había hecho en la garganta.
-Sí, señor.
-Una cosa más -Añadió Patricio, mientras reanudaba la marcha -: Esta conversación quedará entre usted y yo.
El ex pianista contuvo una mirada de rabia. De odio hacia alguien que no era él mismo, por una vez pero tragó la ira, bajó la vista y apretó el paso
Tres días después la patrulla principal estaba ya de camino.
-Mi “busca“ estaba apagado, porque el Ministerio me dio de plazo hasta la semana que viene. Pero de pronto, nos llaman a toda prisa. ¿Por qué? -Dijo Victoria
La respuesta la encontraron tras pasar el umbral del despacho de don Patricio
-¿“El Grito“ de Munch? Pero ¿Qué le han hecho a la cara?
– Se le parece, pero no es “El Grito“ – Contestó el subsecretario-. Y no es de Munch. Lo han pintado un siglo antes de tiempo. Y en España.
-Esa cara… conozco ese estilo -Se extrañó Victoria-. ¿Goya?
-El rostro del “Hombre desesperado ante un niño muerto“ -Asintió Juan Carreño, agradablemente sorprendido por los conocimientos de la abogada-. Una miniatura de Goya poco conocida. No debería haber sido pintada hasta treinta años después. Y el paisaje de fondo, un siglo más tarde.
-“Último lamento“. Esta obra no debería existir. Pero aquí la tenemos, y lleva una anotación en el reverso: dice que Goya la dejó inacabada al morir, en Febrero de 1793-Decía Laura . Victoria le miró con extrañeza.
-Goya no debería haber fallecido en esa fecha. Enfermó, pero sólo quedó sordo.
-¿Por eso en este cuadro se tapa los oídos? -Dedujo Lucrecia.
-Será mejor asegurarse -Afirmó Iñaki-. Tal vez tengamos que intervenir para que no muera antes de tiempo. Rubén, usted se encargará de tratarlo, porque el único medico y enfermera que tenemos en el ministerio están de misión en la batalla del Ebro
-Necesitaré unos días para documentarme -Objetó el ex pianista-. No soy médico.
-Tome los libros que necesite y llámenos si necesita ayuda, pero hay que partir hoy mismo o como muy tarde mañana. En aquellas fechas, Goya estaba de viaje en Sevilla. Hemos identificado una puerta que les dejará allí, pero poco antes de que regresara a Cádiz. El viaje será mucho más largo si no se apresuran-Dijo Laura a la patrulla. Rubén suspiró con resignación y fue a prepararse junto a sus compañera que un día después se encontraron en el lugar de su misión ( Sevilla, Febrero de 1793). Cuando el sonido de unos pasos les interrumpió. Y se levantaron para recibir al dueño
-Señora, agradezco que su marido haya accedido a examinarle -Saludó Bermúdez, con tanta cortesía como alivio-. Don Paco había mejorado mucho este invierno en Cádiz, pero al venir a Sevilla ha vuelto a recaer. Necesita ver a su médico, pero no está en condiciones de emprender el viaje de regreso a Cádiz. Y aquí no podré conseguir un especialista de ese nivel hasta pasado mañana.
-No es molestia, don Agustín; don Paco es un viejo amigo de mi cuñado y de mi “marido“, al fin y al cabo -Lucrecia cruzo una mirada cómplice con su «esposo“ Rubén Tudela, que parecía realmente halagado por su papel en la misión-. Confío en el mas que en nadie: Es un buen “médico” y una buena persona
-Por cierto, veo que usted también aprecia el arte -Intervino Carreño, recordando su cometido-: Si no tiene inconveniente, mientras aguardamos a mi concuñado , yo y mi mujer Victoria desearíamos pedirle un favor..
Mientras tanto Rubén entró en la alcoba disimulando su nerviosismo. Una cosa era saber quién era su “paciente” y otra, verlo en persona. Era Francisco de Goya. Y si no tenía éxito, podía morir en sus manos. Sólo de pensarlo se echaba a temblar; más que por sí mismo, por Lucrecia , Victoria y Juan Carreño, sus compañeros. Su familia.
-No está consciente del todo -Observó su anfitrión-. Es extraño; ayer lo estaba.
El Ex pianista comprobó el pulso y la temperatura; débil y febril.
-¿Es fumador? -Inquirió al revisar las manos.
-Empedernido.
El amarilleo de los dedos de la mano izquierda era evidente: nicotina. Pero las yemas de la mano derecha presentaban un tono ajado más claro, grisáceo. Habían estado en contacto con otra sustancia tóxica diferente. Pero ¿cuál?
-¿Le habló del diagnóstico que le dieron en Cádiz?
-Sí. Ha perdido completamente el oído, aunque él dice escuchar zumbidos persistentes. Le falla el equilibrio; no puede caminar. Se le está nublando la vista.
Y… hay un tema que requiere discreción…
-No se preocupe; la confidencialidad de mis pacientes es sagrada.
-Me ha confesado que padece…el mal francés.
El ex pianista asintió: sífilis. Examinó las pupilas del enfermo: no reaccionaron a la luz de la vela. Si era lo que parecía, estaba en la fase final. Rubén no era un experto, pero gracias a los libros que había leído y sobre todo a lo que se acordaba de sus clases de biología en COU sabía qué tres dolencias debía buscar: tabes neurosifilítica, intoxicación por mercurio y saturnismo. De momento, parecía haber encontrado la primera. Aunque solamente había una manera de asegurarse.
-Tendré que examinarlo bien. Si no le importa…
Su interlocutor asintió y se alejó hacia la puerta. Sabía que se trataba de una enfermedad de transmisión sexual.
-Si necesita algo, llámenos. Dejaré un criado esperando aquí fuera.
Rubén aprovechó la ausencia de su anfitrión para preparar el material sanitario del siglo XX: guantes de látex, agujas hipodérmicas, una sonda y viales para muestras.
Y sobre todo los antibióticos para la sífilis. Administró los medicamentos por vía intravenosa, tomó las muestras y las guardó en el maletín isotérmico. Pensaba mandarlas a analizar en el Ministerio, pero ya puestos, ¿Por qué no? Había preparado algo más: un pequeño vial de ácido. Sólo era una curiosidad, pero tenía muestras de sobra, y siempre había querido hacer el experimento. Desde que su profesor de Biología en el instituto les comentó un dato anecdótico: “El plomo precipita con ácido clorhídrico. Pero hoy en día, no es habitual encontrar una intoxicación tan importante como para que este dato resulte útil por sí solo…“ . El ex pianista vertió unas gotas del ácido en una muestra de su paciente, contempló el resultado en el fondo del tubo de vidrio y asintió, impresionado.»Saturnismo: intoxicación por plomo. Dos de las tres causas, confirmadas». Distraídamente, desechó el resto del ácido clorhídrico en el vaso medio vacío que había sobre la mesilla de noche, pensando llevárselo y reemplazarlo por otro lleno de agua . Pero por el rabillo del ojo notó algo extraño y se volvió para mirarlo mejor. Ahogó una exclamación cuando vio lo que estaba sucediendo en el fondo del vaso. «Plomo en el agua. El plomo no tiene sabor…
¡Le están envenenando!» . Entonces el paciente comenzó a delirar.
-Es ella. Su retrato. El lecho que habíamos compartido. ¡Ella está en todas partes!
A Rubén se le erizó el cabello. Conocía aquellos pensamientos. No era posible…
-¿Cómo dice?
-Son fantasmas. No: sólo están en mi mente. Sé que no son reales. ¡Pero no puedo librarme de ellos, porque están en mi mente!
-Por favor me está asustando, ¡despierte!
-Los ruidos rugen sin parar, ¡y sé que nunca volveré a oír nada real! ¡Sólo a los fantasmas! . La fiebre había remitido, gracias al antipirético. Al sacudirle con suavidad, el enfermo despertó.
-Soy… -Con impotencia, Rubén comprendió que Goya no podía oírle. Vocalizó más despacio, esperando que hubiese aprendido a leer los labios- Rubén .El nuevo médico.
-Te vi. En la casa de locos. Eras yo. Y ella había muerto. ¿Por qué no la dejas en paz?
El ex pianista retrocedió como si le hubieran dado una bofetada. El pulso le latía con fuerza en las sienes. No sabía qué responder a aquella mirada febril, fiera, amenazante. Sólo asintió como un autómata.
-Mis fantasmas no tendrán descanso -Goya se derrumbó de nuevo-. Pero ella sí. Déjala en paz.
Al mismo tiempo Juan Carreño De Miranda mostró a sus acompañantes el lugar que había solicitado visitar.
-Así que Goya ha estado pintando en este estudio -Sonrió Victoria, algo emocionada.
-Sí. Aquí encontré el óleo de nuestra misión -Confesó el pintor-. No me lo esperaba. Sólo sabía que Ceán Bermúdez estaba preparando una enciclopedia sobre los pintores más relevantes de España y…
-Comprendo -Rezongó Lucrecia-: Quisisteis aseguraros de figurar en ella.
-¡No puedo faltar! -Resumió el pintor
-Al trabajo -Les recordó Victoria-. La salud de Goya mejoró en Cádiz, pero empeoró de nuevo al llegar aquí. O le afectó el viaje, o algo que hay en este lugar. ¿Con qué se confeccionan las pinturas?
-Aceite de linaza. Carmín. Ocre. -Juan Carreño iba señalando los componentes, realmente complacido por tener espectadores-. Cáscara de nuez molida, para el color de la piel humana. El anaranjado procede de tierras que contienen óxido de hierro.
-¿Y el azul? La pintura del «Grito» contiene azul -Dijo Lucrecia
-En esta época todavía lo consiguen con arseniato de cobalto. Yo no: en el siglo XX aprendí que es venenoso. Así que empecé a usar lapislázuli.
“Azul, arseniato de cobalto“ anotó Victoria en su lista de sustancias sospechosas.
-¿El verde?
-El más famoso es el veronés. Pero desde que supe que contiene arseniato de cobre,
ya no lo uso: prefiero mezclar azul y amarillo.
-Qué manía con el arsénico -Se sorprendió Lucrecia-. ¿Tanto os gustan los venenos?
-A mí no me miréis. Yo realizo todas las mezclas a partir de muy pocos colores y ninguno tóxico. Con unas excepciones: el blanco de España y el amarillo Nápoles. Contienen plomo, desgraciadamente aun no les he encontrado un buen sustituto.
Victoria Kent continuó tomando anotaciones: “Verde, arseniato de cobre. Blanco y amarillo, plomo“. El pintor les echó una ojeada y asintió.
-La mitad de los colores son tóxicos -Se exasperó la abogada, volviéndose hacia Lucrecia pero ésta había desaparecido. ¿Dónde estaba?
Lucrecia Hernández nunca bajaba la guardia. Y tenía un oído excelente.
Mientras sus compañeros analizaban los ingredientes de las pinturas, ella se concentró en un cometido muy diferente. Tal vez para sus compañeros no fuesen perceptibles los pasos amortiguados que se acercaron furtivamente por el pasillo. Ni el leve crujido de la madera, cuando alguien se apoyó en la puerta para espiar la conversación. Pero para su instinto bien entrenado, no había demasiadas dudas. No podía poner sobre aviso a sus compañeros: habría levantado sospechas. Por eso se limitó a escribir una breve nota (“Esperadme una hora”) Lucrecia comprobó que su equipo estuviese a punto dejó la nota en el umbral y aguardó hasta que los pasos se pusieron de nuevo en marcha.
Le dio unos segundos y abrió sólo una rendija. El desconocido no miró atrás; la onubense esperó a que desapareciera tras un recodo y le siguió. Al girar una esquina, su rostro fue visible un momento: El sirviente que no hablaba como los demás. Una doncella se cruzó con el desconocido; ambos intercambiaron un saludo informal.
Y unas cuantas dosis de paciencia después, el espía le llevó hasta su cómplice. También iba vestido como un criado, pero el saludo que intercambiaron fue distinto: entrechocar de botas, breve reverencia marcial. El segundo sospechoso desapareció escaleras arriba, en dirección al dormitorio de Goya. El primero se dirigió a las cocinas. Soldados infiltrados. Sospechosamente cerca de la misteriosa enfermedad de un pintor de Su Majestad. La viuda negra siguió al hombre a través de las cocinas hasta una puerta que, por la disposición del edificio, debería dar al exterior. Pero al abrirla, la realidad fue muy distinta. “Así que una puerta del tiempo” . La viuda negra comenzó a dudar. ¿Estaba siguiendo a un verdadero criminal? ¿O a otro agente del Ministerio? “No: el Ministerio tendría la puerta en uno de sus pasillos, no en una cueva de bandoleros”. La gruta contenía algunas cajas de víveres y municiones.
De factura similar a las de la mansión que acababa de abandonar, quizá por haber sido sustraídas de ella. O tal vez porque el otro lado estaba también en la misma época, Lucrecia rechazó la idea: todas las puertas deberían conectar por algún lado con 1962. El desconocido ya estaba en el exterior, ella se dispuso a seguirle, pero un tremendo golpe estuvo a punto de derribarle. Instintivamente, sacó el revólver.
Para su sorpresa, su atacante resultó ser una mujer: Le acababa de golpear con la culata de un arcabuz.
– ¿Quién es tu cómplice? -Preguntó indignada. Señalaba en dirección al fugitivo.
– ¿Cómplice? -Gruñó Lucrecia- ¡Estoy persiguiendo a ese traidor! ¡¡Aparta.¡¡.
Para sorpresa de la viuda negra, la joven giró hábilmente la culata de su arma y golpeó el revólver de la onubense; poco le faltó para arrebatárselo de la mano.
– ¡Maldición! -Exclamó Lucrecia, retrocediendo hasta una distancia segura. La había subestimado-. ¡Luchas casi como los orientales!
– ¡Pues soy española, como la que más! Llevo días observando movimiento por esta zona: ni tú ni ese otro sois de los nuestros. Me preguntaba qué estabais tramando.
Por vuestra culpa han venido los franceses, ¿Verdad?
Unos disparos, ladera abajo, interrumpieron sus palabras. Lucrecia se giró hacia el sonido, vio el origen del humo y disparó. La otra mujer le imitó
– ¡Rápido, ponte a cubierto! -Indicó , para sorpresa de la joven, cuando ésta se detuvo para recargar-. ¡Yo me encargo de ellos!
Tres tiradores asomaron entre las rocas, montaña abajo.
– ¡Franceses! -Gruñó, apuntando cuidadosamente con su revólver
Y los tres soldados cayeron fulminados. No estaban solos: desfiladero abajo sonaban disparos distantes, cada vez más espaciados. En la lejanía, la onubense distinguió más soldados napoleónicos que se batían en retirada, acosados por milicianos castellanos. Y también milicianas: una española, de hecho, parecía impartir órdenes a varios de los hombres. “¡Una mujer al mando! ¡Me encanta!”. Estaba finalizando una batalla; a Lucrecia le pareció tentador, pero tenía prisa. Entonces le sobresaltó una detonación.
– Deberías vigilar mejor -Sonrió la mujer. En su mano humeaba el arcabuz, que había recargado mientras Lucrecia disparaba. Y a sus pies, a espaldas de la viuda negra, yacía otro soldado francés recién abatido.
– Juana “La Galana“, guerrillera de Valdepeñas -Se presentó la joven que acababa de salvarle la vida-. De la partida de Francisco “Chaleco”. Y ella es la subteniente Agustina Saragossa, una heroína de Aragón. Sígueme.
Por su parte Victoria, Rubén y Juan escuchaban a Goya con una mezcla de timidez, admiración y sorpresa. ¡Era tan distinto de la imagen que habían dejado a la Historia sus pinturas negras! Con paciencia (el pintor ya había perdido el oído por completo, pero hablaba con normalidad, y estaba aprendiendo a leer los labios), consiguieron entablar una animada conversación.
– ¿De verdad dije esas cosas sobre fantasmas?. Debieron ser delirios de la fiebre.
Mis ideas suelen ser más alegres. Miren esos tapices
Victoria asintió: “La vendimia” y “Juego de pala” eran escenas de estilo barroco, quizá anticuado y falto de naturalidad, pero optimistas.
– Sin embargo, estos otros… -La abogada republicana señaló “La boda” y “Albañil herido”: más modernos, pero sombríos.
– Disculpe su dureza: a veces es necesario denunciar las injusticias. Sobre todo desde hace un año, cuando el corrupto y vendido de Godoy fue nombrado primer ministro
-Replicó Goya, indignado-. Pero todavía nos quedan los tapices y los grabados: se fabrican copias para toda España. ¡No nos callarán!
Rubén Tudela sonrió con admiración. Así que el pintor del Rey se estaba volviendo un anti-sistema. ¡Con un par!
– ¿No teme perder su posición en la Corte? -Se inquietó Juan-. ¿Y la Inquisición?
– No han protestado mucho. Cuando lo hagan, ya veremos -Sonrió el pintor-. Hasta entonces, ¡me haré el sordo!
Los cuatro rieron de buena gana y se despidieron, lamentando que hubiera llegado la hora de separarse. Rubén se aseguró de dejar en manos de su anfitrión los medicamentos y las instrucciones para administrarlos.
– No los entregue a ningún criado, por favor -Le advirtió el ex pianista-. Y no se fíe del agua: cámbiele siempre el vaso por otro que haya pedido para usted, por ejemplo. ¿Hay aquí algún sirviente antiguo, de confianza?
– No: llevo poco tiempo en Sevilla -Contestó Ceán Bermúdez-. Sólo he venido a organizar el archivo de Indias. Después regresaré a Gijón. Pero agradezco su ayuda: Don Paco es un viejo amigo, y llegué a temer por su vida.
– Recuperará la vista y el equilibrio -Le tranquilizó Rubén-. Pero no el oído; para eso es demasiado tarde. Lamento no poder hacer más. Si nos disculpa, nos retiraremos.
-Yo me quedo , quiero ayudar a Cean-Dijo Juan Carreño. Y sus compañeros asintieron
Ya había pasado más de una hora, pero Lucrecia no había regresado. Había llegado el momento de desenmascarar al misterioso asesino. Y Victoria Kent sabía cómo provocar una reacción. Por lo que se adelantó hacia el piso inferior, tal como había planificado con su compañero. En la puerta del dormitorio montaba guardia un sirviente, que acababa de traer una bandeja para Goya. El enfermero tomó de ella un vaso de agua, se acercó al criado y sin decir palabra, vertió en el líquido unas gotas de algo transparente (ácido clorhídrico). Un hombre inocente no comprendería el significado del polvillo que se comenzó a depositar en el fondo del vaso. Pero el que aguardaba en la puerta si.
– He olvidado traer algo . Si me disculpa el señor.
– Por supuesto, vaya usted.
Rubén no se apresuró: pero Victoria ya estaba preparada para seguir al hombre
La viuda negra se estaba hartando de seguir al sospechoso. “Espero que Rubén y Vicky me sigan de una maldita vez. La Galana y la Fraila deberían darles mi aviso. Gran mujer, la Galana …“. Pero dejó de fantasear y se concentró en su trabajo.
Faltaba poco para el anochecer; por algún motivo, el desconocido parecía estar poniéndose nervioso. Tal vez había detectado que le seguían. La viuda negra pronto disipó sus dudas: sí el espía sabía que le estaban siguiendo. Estaba empezando a ser demasiado hábil . Lucrecia perdió la paciencia: cuando le vio tomar una discreta callejuela lateral, desplegó la gran navaja que portaba encima.
– ¡Manos arriba! -Oyó de improviso.
– Eso lo debería decir yo -Contestó ella tranquilamente.
– ¿Por qué me sigues?- Inquirió el desconocido, manteniéndose a distancia.
– Soy del Ministerio. Y tú no pareces trigo limpio.
– El Ministerio no funciona en esta época. Temen que les detecten los franceses.
– Entonces, ¿Quién te envía? ¿Qué quieres de Goya?
– Silenciarle. Él fue un agitador. Este siglo habría tenido menos guerras sin él.
– ¿Un simple pintor? Imposible-Contesto la onubense
El breve instante de duda fue suficiente: el desconocido lanzó un navajazo hacia la diestra de la viuda negra. Ésta no se dejó desarmar; le esquivó con un ágil salto de esgrima, cambió de posición y contraatacó. El otro aulló de dolor cuando el acero le atravesó la mano derecha. – ¡Rendíos!-Grito la morena. Lejos de desistir, el herido sacó una pistola con la zurda. Lucrecia burló el disparo por muy poco.
– Ya es casi de noche. El ruido atraerá a los alguaciles -El desconocido arrojó el arma descargada a los pies de su rival y recogió la navaja con la mano sana, guardando las distancias-. ¡No saldrás de aquí a tiempo!
– ¿A tiempo de qué?
– Ya lo verás. Esa puerta es muy útil: cada vez que detectamos a alguien como tú…
– ¿Sabías que te seguía todo el rato?
La entrada del callejón ya no estaba libre: se estaba llenando de curiosos y pronto llegarían las autoridades. El desconocido se deshizo discretamente de la navaja y se alejó, fingiendo terror.
– ¡Auxilio! ¡Me ha herido! ¡Que me mata!
Demasiada gente; Lucrecia comprendió que ya era tarde para huir. Sólo podía hacer una cosa. Su revólver disparó dos veces. El espía aulló de dolor y cayó al suelo, con ambas rótulas destrozadas.
– Yo no podré salir de esta ciudad, pero tú tampoco. Ya hablaremos .
Nadie reparó en las tres personas que observaban la escena, oculta entre el gentío. Habían llegado demasiado tarde.
– No, Rubén-Murmuró Victoria, reteniendo a su compañero-. La Policía no desconfiará de una mujer: Yo preguntaré a dónde les llevan. Tú y la galana vigilad la puerta; el otro espía puede intentar volver por ella. Su compañero obedeció, sin atreverse a contradecirla. Pero sabía que no tendrían tiempo de regresar; no sin Lucrecia. Y eso ni siquiera era lo peor. Lo más grave era lo que estaba viendo a través del escaparate de una librería. Un ejemplar del Diario de Madrid. Rubén soltó una maldición al leer la fecha de este último: “1 de Mayo de 1808″
Mientras ellos estaban atrapados en plena guerra de al independencia, en 1962 don Patricio, Iñaki y Laura estaban hablando de la patrulla
-Sin ánimos de ofender jefe pero creo que no ha sido una buena idea volver a admitir a Rubén Tudela en su puesto. Puso en peligro a su compañera y a este ministerio, por no hablar de que tuvimos que ocultar las pruebas de los asesinatos de Elena y Augusto y demostrar que esta vivo. Aun me sigo preguntando el porque de esto ultimo
-Todos en esta vida nos merecemos una segunda oportunidad Iñaki, además no creo que vuelva las andadas una visita al penal de Huesca le habrá hecho entrar en razón y en cuanto a demostrar que esta vivo le recuerdo que tuvimos que hacerlo para poder ingresarlo legalmente en el psiquiátrico provincial. Con una identidad falsa hubiera entrado si pero ¿Nunca ha oído que los locos, los borrachos y los niños siempre dicen la verdad?. Rubén podría haber hablado de mas y en vez de depresión le habrían tratado de otra cosa y haber empeorado. Aparte hemos hecho justicia , hemos desenmascarado a Augusto y a Elena. Seguro que Rubén se pondrá contento al saberlo
-Aun así jefe debemos estar atentos por lo que pueda ocurrir-Le espeto Iñaki
-Y lo estaremos , no te preocupes, por cierto y hablando el ¿Habéis sabido algo?
-De momento no jefe-Le contesto Laura.-Pero seguramente estén bien, ya sabes lo que dice el refrán que las malas noticias son las primeras en saberse.
Pero la patrulla estaba lejos de estar bien era el 1 de Mayo de 1808, la última noche de paz que vería España en mucho tiempo.
– Vicky, tienes que volver. ¡A la puerta, rápido!
– ¿Cómo puedes decir eso? No podemos dejar aquí a Lucrecia, ni al espía que ha herido. Y su cómplice todavía puede escapar…
– Yo me encargo de ellos. Tú vuelve al Ministerio: todavía estás a tiempo…
– ¿Cómo puedes pensar que voy a volver sin vosotros? ¡¡Jamás haría eso¡¡
El abrazo sorprendió a la abogada republicana: Rubén nunca se había comportado así. El hombre la estrechó como si no le importara nada más en el mundo; como si no hubiera mundo a su alrededor. Le acarició el cabello por primera vez; pero extrañamente, lo estaba haciendo como si fuera la última. ¿Se estaba despidiendo?
– ¿Qué te sucede?
– Mañana es 2 de Mayo. El famoso 2 de Mayo de 1808.
– Dios mío y es una puerta en bucle… -Victoria no tuvo que obligarse a reaccionar:
su mente ya se había puesto en marcha por sí sola, y a toda velocidad-. Es ideal para eliminar enemigos: nos atraen hasta aquí, y los combates hacen el resto. ¡Sabían que les seguíamos! ¡Querían matarnos desde el principio!
– ¿A dónde se los han llevado?
– A Lucrecia, a la prisión del Viejo Puente de Toledo-Contestó ella, preguntándose qué podía esperar de aquella extraña mirada-. Al espía, al Hospital General.
– Bien. Yo me encargo -Rubén a agarró del brazo sin contemplaciones y la llevó a rastras en dirección a la puerta- Tú te vas. Con que me quede yo será suficiente.
No te necesito aquí. ¡Tienes que volver, quieras o no!
Entonces lo vieron: el segundo sospechoso. Junto a la puerta junto a la famosa heroína de la galana. El ex pianista soltó a su compañera y sacó el revólver.
– ¡Alto o disparo!
Pero el hombre les llevaba demasiada ventaja, y lo sabía. Con una sonrisa retorcida, giró la llave y abrió la puerta. Iba a dejarles encerrados allí. ¿A cuánta gente le habría hecho lo mismo? Ella también sacó su arma. Pero el hombre no se dejó intimidar por los dos agentes y mas llevando de rehén a la famosa Galana. No había otra opción: ignorando el gentío (que, por suerte para ellos, todavía prestaba atención a la detención de Lucrecia en el callejón vecino), Victoria y Rubén apuntaron y dispararon. Nadie les oyó: ambos habían tomado la precaución de dejar puesto el silenciador. El desconocido rugió, con dolorida sorpresa, cosa que aprovecho la heroína para escapar de ese par de” locos“: El sospechoso había subestimado a aquel par de novatos. En sus miradas nerviosas había notado que lo eran: tenían miedo de utilizar sus propias armas. Tal vez por eso no le habían disparado a matar, sino a las piernas. O quizá, simplemente, tenían mala puntería. Pero la puerta ya estaba abierta; a rastras, el espía consiguió cruzar.
– ¡Corre! -Ordenó Victoria.
Fue inútil: estaban demasiado lejos. Por un pelo, no consiguieron alcanzarle antes de que huyera al otro lado y cerrara el paso. Le oyeron echar la llave. Era demasiado tarde. O tal vez no: la abogada guardó su arma y sacó las ganzúas de Laura…
Entonces sonó una explosión ahogada. Las junturas y la cerradura de la puerta despidieron humo. Victoria ahogó un sollozo: había sufrido una quemadura en la mano derecha, la que intentaba forzar la cerradura. Rubén guardó el arma y forcejeó con la puerta. Se abrió, medio rota, pero sólo para mostrar una pared ennegrecida.
– Es mejor así. Ayudemos a Lucrecia.
– A la orden -Dijo Rubén dando la espalda a la inútil puerta y volvió a abrazar a su superior, desoyendo las protestas de ésta-. Si es que conseguimos volver.
(Madrid, 1 de Mayo de 1808, 20:00 horas)
Tres franceses. Dos flanqueaban a Victoria, impidiéndole salir de la posada. El tercero intentaba cortarle el paso a Rubén .»Sólo hay una cosa que odie más que a un caradura propasándose con las mujeres» pensó el ex pianista con fastidio: «¡Varios, de uniforme y borrachos!. Así que Rubén hizo lo único que podía: Luchar sucio. Lo cual sólo había hecho dos o tres veces en su vida, pero tendría que servir. Empezó con un cabezazo bien dirigido al tabique nasal: ¡un francés menos!
«Al menos, tiene alguna ventaja que estén borrachos», se consoló ella, consiguiendo encajar una patada en la entrepierna del más torpe de sus acosadores. Pero el tercer soldado, un enorme granadero, parecía más resistente al alcohol: Esquivó el silletazo de Rubén (que había quedado algo aturdido por su propio cabezazo, al fin y al cabo), derribó al ex pianista de un buen gancho e hizo presa en la joven.»Y pensar que nos hemos metido en esta posada para no llamar la atención», suspiró ella con fastidio. Estaba a punto de sacar el revólver, cuando un puño cruzó ante su vista como una exhalación. De pronto, el francés había desaparecido
– ¿Está bien, señorita? -Se interesó uno de los dos enormes camareros que habían acudido en su auxilio; parecía dolorido por el tremendo puñetazo que él mismo acababa de asestar-. Soy José Muñiz. Éste es mi hermano Miguel, y éste nuestro jefe…
– José Fernández Villamil. Disculpe esto -Se excusó el dueño de la posada, de bastante más edad que sus ayudantes-. Hace meses que no paran de venir a Madrid soldados franceses, voluntarios españoles y todos con ganas de gresca. Así no hay manera de llevar un negocio honrado.
– ¿No le darán problemas cuando despierten? -Se inquietó Rubén , levantándose.
– No creo. Si están lo bastante sobrios para acordarse de esto, les invitaré a más vino y asunto resuelto. ¿Usted también ha venido a alistarse?
– Como médico. Soy el doctor Rubén Tudela, y ella es mi hermana Victoria, somos de Barcelona. Debo ir al Hospital General hoy mismo…
– Pues más vale que se apresure: es casi de noche. Si viene de fuera, supongo que no conocerá el camino. Le acompañará Miguel.
– Y yo tengo que ir al penal del Viejo Puente de Toledo ahora, sin falta -Intervino Victoria-. En cuanto mi cuñado y yo reservemos habitaciones aquí, si tienen ustedes alguna libre.
Los tres hosteleros enmudecieron de asombro: ¡una mujer, sola, al penal, y de noche! No habrían quedado más atónitos si la hubieran visto transformarse en un dragón.
– A mí también me desagrada -Se excusó ella-Pero no nos queda otro remedio. Nos ha sorprendido un tumulto, y mi pobre hermana se ha perdido ése es el único sitio donde no le hemos buscado todavía. Mi cuñado no puede perder el tiempo en eso; llevan horas esperándole en el hospital.
– No es bueno ir sola un sitio como ése. José Muñiz le acompañará -Decidió el jefe, mientras el interpelado asentía con aire preocupado y algo escandalizado: ¿Tan difícil se estaba volviendo conseguir clientes normales?
Mientras Lucrecia se encontraba en su celda de aquel penal
– Vamos a ver, Mariana, ¿Cómo piensas fugarte?
– Con un truquito de cerrajero -Contestó la criolla-. Es mi oficio.
– ¿Y eso funciona en tu país? -Dijo la onubense mirando las rudimentarias ganzúas caseras con escepticismo.
– Los españoles, siempre con lo mismo -Gruñó su compañera de celda-. Si tan bueno es todo lo vuestro, ¿Por qué a la gente de vuestras colonias la tratáis como a inferiores? ¿Sólo por nacer en otro sitio? Mi tierra también es española y paga impuestos, ¿No?
– No me refería a eso. Pero ya que lo dices, ¿Tan diferente es el trato?
– Y la ley. Más de lo que imaginas -Gruñó Mariana-. Es injusto: soy patriota como la que más. De hecho, estoy presa por apoyar al Rey en Aranjuez. Si consigo abrir esto…
Lucrecia le previno con un gesto. Justo a tiempo: unos pasos se acercaban. No le sorprendió la llegada de Victoria, pero sí la del desconocido que la acompañaba.
– Cinco minutos. Y ya estoy haciendo mucho, a estas horas -El carcelero dirigió a la joven una sonrisa lasciva-. Me debes una, guapa
– Ah, ¿Seguro que no prefieres el dinero? -Se burló Victoria altivamente.
El hombre acabó por retirarse, convencido por la fiera mirada de José Muñiz y, sobre todo, por el sonido y el peso de la bolsa. «No falla» sonrió ella con desdén. «Somos españoles: donde haya dinero, que se quite lo demás».
– ¿Dónde está Rubén? -Se extrañó la onubense.
– En el Hospital General, atendiendo a tu «amigo» -Victoria se acercó a los barrotes y tendió dulcemente las manos a Lucrecia.
– Llevad a ese hombre al Ministerio y no me esperéis -Contestó ella, correspondiendo con extrañeza al cariñoso gesto de la joven-. Esa puerta está en bucle ¿Qué te ha pasado en la mano?
– La puerta, precisamente -La joven continuó estrechando la mano de su compañera con su izquierda; la derecha le molestaba, a pesar del vendaje que había improvisado Rubén-. Hubo un incendio. No podemos volver.
– Calma; vamos a ver, tiene que haber más puertas –
– Sí, ya lo he pensado. Pero hay algo más -Victoria miró a su acompañante y al de su compañera, inquieta. Con ellos delante, no podía hablar libremente-. Hay disturbios. Por eso te han traído aquí directamente: están llenos los calabozos de los alguaciles, y el otro penal. Lucrecia ten paciencia. Hablaré con Goya. Tiene contactos en la Casa Real. Pero tendrás que esperar aquí un par de días.
– ¿Cómo puedes decir eso?
No hubo tiempo de hablar más: el carcelero tiró de los visitantes hacia la salida. Victoria asintió gravemente en dirección a su compañera de patrulla.
– Sólo es un malentendido. Estarás fuera en dos días.
Era imposible. Lucrecia sabía que ni siquiera Goya podría liberarle tan fácilmente: había disparado a un hombre a sangre fría, y delante de testigos. La frase de Lucrecia tenía que significar, en realidad, otra cosa. «Una orden encubierta», comprendió, estrechando lo que su superior había puesto disimuladamente entre sus manos. Las «llaves mágicas» de Laura , nada menos.
– ¿El hombre herido en ambas rodillas? ¿Es familiar suyo?
– Sólo un compañero de viaje -Rubén puso su mejor cara de inocencia-. Pero estoy inquieto por él: íbamos a alistarnos juntos, como voluntarios.
El cirujano movió la cabeza tristemente.
– Se puede ir olvidando de combatir. Tardará en andar, y probablemente cojeará toda su vida. Le han destrozado las rótulas. Acompáñeme, por favor.
El herido estaba consciente, pero no reconoció a Rubén; al fin y al cabo, el había pasado todo su tiempo en Sevilla atendiendo a Goya, y sólo se había cruzado con un sirviente. El del piso superior, el espía que había terminado sus días en la explosión de la ermita. Este otro sospechoso debía ser el encargado de vigilar al resto de la patrulla, en el piso inferior: por lo tanto, no conocía al ex pianista. Había sido un acierto que fuese éste, y no Victoria , el encargado de la visita.
– ¿Puedo irme ya a casa? Mi familia enviará alguien a recogerme…
– Me temo que no podrá partir esta noche -Contestó Rubén una vez el cirujano les dejó a solas-. Órdenes del médico.
Los ojos del herido reflejaron terror. Era obvio que sabía dónde se había metido, y que deseaba desesperadamente huir por la puerta en bucle antes de la medianoche. Rubén disimuló su repugnancia: aquel hombre había intentado abandonarles a la muerte y poner pies en polvorosa. En cambio, pensó otra cosa. El herido todavía no sabía que su puerta estaba destruida, ni que su compañero de fechorías había ardido con ella.
– A no ser que… tengo un medicamento experimental. Es increíble lo que puede hacer. No lo tengo permitido, pero si usted se atreve…
El espía cayó en la trampa y se dejó hacer. Rubén le inyectó el pentotal sódico y comenzó el interrogatorio.
(Madrid, 2 de Mayo de 1808, 07:00 horas)
– ¿Qué? ¿Ese hombre trabaja a las ordenes de Aroa García, la secretaria de don Patricio? -Exclamó Victoria, olvidándose por un momento de mirar a otro lado.
– Sí, dijo eso y con la droga que le di, no puede mentir-Le contesto Rubén
-Lucrecia estará a salvo hoy, si me hace caso -Informó la abogada-. Goya creo que no participó en los combates, pero vayamos a asegurarnos: vive demasiado cerca de la Puerta del Sol, y allí habrá peligro. Si es que nuestro espía sigue controlado. Debiste haberme contado todo esto anoche.
-Estabas dormida cuando llegué. No te preocupes, ya hablaremos más con él. No se va a escapar: le di somníferos como para toda la noche y buena parte del día. Sin contar cómo tiene las piernas. De momento, no podemos hacer más. Ya puestos,
¿No te preocupa lo que nos espera hoy? -Dudó un poco antes de continuar-. Y esta noche, ¿No te ha inquietado pasarla a solas con un loco?¿No temes que vuelva a fallarte? Como las otras veces. Soy tu responsable. Cualquier fallo mío te puede salpicar. Puedes… -El subsecretario le había prohibido hablar de ello, pero no podía callar más-.Acabar encerrada en la Huesca del siglo XI. Por mi culpa
Ella le interrumpió con un abrazo. Al fin era sincero con ella, por encima de las órdenes de don Patricio. Su equipo, unido de nuevo. Así estaba mucho mejor.
– Tú no estás loco, sino triste. Muchísimo. Y lo siento de verdad. Pero sí -Le estrechó con cariño-. Confío en ti .
Él le devolvió el abrazo, sin entender nada: «No soy tan de fiar» pensó el. Pero por un momento, le invadió la más absoluta paz. Era paradójico, lo sabía. Pero al fin y al cabo, paz era lo que le hacía falta. En lo que quedaba de día, la iba a necesitar.
Minutos mas tarde José Muñiz, el mozo de la posada que había acompañado a Amelia al penal la víspera, explicó otra vez la terrible verdad.
– ¡Se ha vuelto loco! ¡Murat, ha ordenado disparar contra la gente frente al palacio real! Hombres, mujeres, niños ¡hay docenas de muertos y heridos!-
A pesar de lo temprano de la hora, la posada estaba llena: la ciudad entera estaba ya en la calle, ávida de noticias. La indignación corrió como la pólvora. Muñiz y sus cinco compañeros abandonaron su posada, secundados por varios parroquianos entre ellos la patrulla. Frente a Correos, esperando noticias de la exiliada familia real, una multitud nerviosa estaba recibiendo voces de alarma similares. La mayoría de los ciudadanos portaba grandes navajas encima, debido al clima de inseguridad constante de los últimos meses; pero el acto de locura de Murat les hizo dar un paso más radical. Se lo tomaron como lo que era: una declaración de guerra en toda la regla.
Muchos volvieron a sus domicilios en busca de alguna pistola o escopeta de caza.
-Temprano empezamos -Gruñó Rubén con el corazón en un puño.
-Justo a tiempo -Señaló Victoria -. ¡Hay que detenerlos!
Goya, un criado de mediana edad y un joven bien vestido hablaban, por voz y por señas, con otros transeúntes. La ira del joven no era menor que la del impulsivo pintor aragonés. Parecían a punto de unirse a la indignación general. Y eso podría cambiar el curso de la Historia
– ¡Ve a pedir ayuda, Muñiz!
– ¡Señor Lueco, no puedo dejarle aquí! Sólo queríamos noticias, y ya las tenemos, ¿No? ¡Vámonos!
– Yo estoy mayor para correr, muchacho: me cazarían como a una liebre coja. Pero gracias a Dios, tomé la precaución de traer mi pistola. ¡Venga, da aviso en la posada! Tu jefe es de armas tomar y sabrá qué hacer.
– ¿Pistola? ¡Usted no es soldado: sólo un fabricante de dulces!
– No simples dulces: ¡chocolate, y del mejor! Pero eso no es lo único que se me da bien -José Lueco se parapeto, cargó su arma y derribó a un amenazante granadero con sorprendente puntería-. ¡Vamos, vete! ¡Yo te cubro!
– Hágale caso, por favor -Intervinieron tres recién llegados, parapetándose junto a ellos para recargar sus pistolas. A juzgar por su librea, debían ser mozos de caballos de casas nobles-. Tenemos armas, pero poca munición
Conseguidos los refuerzos, José Muñiz se despidió de Victoria; después guió a su jefe, a su hermano Miguel y a los demás mozos hacia la Plaza del Palacio. Victoria estaba desesperada. Sin ideas. Era capaz de cualquier cosa. Incluso… no, eso no. Pero podría ser útil Lo hizo. Se tragó el orgullo y, por una vez en la vida, recurrió a un truco de mujer. Funcionó. Una mirada falsamente aterrorizada de una mujer obró el milagro. La apariencia frágil de la joven despertó el instinto protector de Goya y de sus acompañantes; al menos, lo suficiente para que la acompañaran a refugiarse en el cercano domicilio del pintor. Si la Historia era correcta, en aquel lugar estarían a salvo. El problema sería convencerles para que ninguno de ellos volviese a las calles.
– Ya ve qué noticias traen, maestro -Las palabras del joven aprendiz se hicieron tan vehementes como el lenguaje de signos que estaba utilizando-. ¡Han disparado contra la gente!
– ¿Y qué vas a hacer, León? -Contestó Goya a su discípulo-. ¿Bajar al Palacio a que te maten? ¿Por defender a ese Rey fugado y a su Inquisición? Ellos han prohibido cualquier palabra u obra que se parezca a pensar por uno mismo. Tenemos que andar siempre con cien ojos, a cada dibujo y a cada frase. Tú mismo has tenido que desechar trabajos excelentes para eludir a los inquisidores, y no llevas en esto tanto como yo.
– Y el ejército francés, ¿Es mejor? ¿Lo que han hecho le parece a usted una muestra de igualdad, libertad y fraternidad? -Le espeto León Ortega y Villa
– Es un dilema, León. Me parte el corazón decirte esto, porque soy un patriota: pero hoy, ninguna opción es buena. Vales más que todo esto. No deberías bajar.
Rubén cruzó con su compañera una sonrisa triste:
– Y dicen que está loco. Empiezo a creer que lo que le sucede es otra cosa.
– ¿Estás pensando lo mismo que yo? -Reflexionó su compañera.
– Sí. Que tal vez sea el único cuerdo en un mundo de locos. Pero León Ortega y Villa no podía quedarse de brazos cruzados. Todavía estaba intentando conseguir que su maestro tomara partido, cuando sucedió algo aterrador. Algunos balazos se incrustaron en los dinteles: uno de ellos rompió un vidrio del balcón. El mayordomo cerró los postigos. Y todos se refugiaron dentro de casa además así averiguarían mas cosas sobre Goya y sobre el cuadro de Munch.
-Así que Soledad Martínez-Le decía Rubén
-Ella me dijo que había tenido que pactar con el diablo-Explico Goya.-Pero que a cambio, me iba a dar un seguro de vida: una idea para un cuadro. Insistió en que lo destruyera en cuanto se hubiese curado mi enfermedad-
-El grito de Munch-Dedujo Victoria-.Si ese diablo intentaba impedir que usted se curase en 1793, usted no llegaría a destruir el cuadro.
-No me gusta copiar obras de otros así que le cambie la cara a mi gusto. Por supuesto. Pero me dio ideas. Expresar el mundo de nuestro interior , en lugar del que hay fuera. Era muy parecido a lo que ya estaba pensando para preparar mis caprichos, así que no me pude resistir. Pero la obra desapareció misteriosamente cuando llegaron ustedes
De repente el pintor les miro fijamente
-Soñé con Rubén antes de conocerle-Confeso Goya-.Soledad no es de este tiempo y ustedes tampoco, hablemos claro, hace 15 años que les conozco y no han envejecido ni un solo día. Esas finísimas líneas en la piel y esas canas son falsas, están muy bien pintadas, engañarían a cualquier otro pero no a mi que se reconocer unos trucos de color cuando los veo ¡¡Es mi trabajo¡¡
-Yo tenia 32 años y ahora 47, todavía no son muchos-Se excuso Rubén sin saber donde mirar. No hay nada de extraño
-Si lo hay. Ayer susurro usted algo que Isidro no alcanzo a oír pero yo se leer los labios , nuestra misión es proteger a Goya. Y menciono un cuadro del que nunca he oído hablar, ustedes no vinieron a verme por casualidad ni hace 15 años ni ahora. Precisamente las dos veces que mas cerca he estado de un desastre, como si supieran de antemano lo que iba a suceder. Hace muchos años Soledad me aviso de que algún día vendría alguien como ella así que os voy a preguntar ¿Qué dirá la historia de mi?
¿Creen que esa historia ya esta escrita? ¿Qué no puede cambiarse? ¿Qué no tenemos libertad?. Eso no me gustaría nada. Necesitamos que se sepa la verdad
La patrulla no supo como responderle y Goya tras mirarlos largamente y asintió
Tomo uno de sus lienzos y comenzó a pintar . El famoso cuadro el dos de mayo de 1808 había nacido ese día y tras esa charla.
(Hospital general de Madrid, 4-05-1808)
-Gracias por cuidar de León-Se despidió Goya, ayudando a su maltrecho discípulo a subir al carruaje-.Este jovencito tiene que aprender a meterse en menos líos
-En realidad fue el quien me protegió en la calle mientras yo curaba gente-Admitió Rubén.-Y usted a mi cuñada y a mi mujer. Gracias por cuidarlas
El pintor por toda respuesta, le entrego una especie de carpeta rígida con una sonrisa. Rubén Tudela examino el dibujo que había en el interior: era su favorito.” El sueño de la razón produce monstruos“. Después leyó el mensaje que había al dorso y se quedo sin habla “Mis sombras no tendrán descanso, pero ella si descansara en paz” .
Rubén asintió agradecido y preguntándose cuanto sabría esa clarividencia que muchos llamaban desvaríos. Rato más tarde cruzaron la puerta junto por donde habían llegado junto a uno de los enlaces del ministerio con el detenido al que había herido Lucrecia. Ya en las oficinas del ministerio del tiempo y en 1962, informaron de los resultados
-¿Ha confesado el sospechoso lo que quería?-Pregunto Iñaki
-Quería silenciarlo para cambiar las guerras del siglo XIX. Porque según ellos, el pobre Goya, fue un agitador. Pero eso no es todo obedecía ordenes de Aroa García
-¿Aroa mi secretaria?. Pero eso es imposible, es una mujer discreta e inteligente…
-Caras vemos, corazones no sabemos-Le contesto Victoria Kent
-¡Claro por eso hoy nos ha llamado para decirnos que no podía venir a trabajar¡-Reflexiono Laura- Interesante. Buen trabajo patrulla. En el penal del ministerio interrogaremos a este mas a fondo y en cuanto Aroa la buscaremos hasta debajo de las piedras. Si es preciso. No se escapara.
Las horas fueron pasando y en la Huesca de 1053 Soledad Martínez y el resto de presos se disponían a cenar.
-Déjame adivinar-Le espeto Soledad burlonamente.-¿Potaje?. Felicita al chef de mi parte no deja de innovar.
El hombre la miro perplejo nunca acababa de entender a los presos pero se dio la vuelta. Alguien mas se acercaba por el pasillo
-¿Traéis un preso?-Protesto.-Aquí no cabe están casi todas las celdas llenas
-Aquí casi pero en la otra galería esta llena
-Pardiez, sea pues-El carcelero señalo una dirección contrariado-.Allí es, la ultima
Soledad vio como atravesaba el pasillo ante su celda con lentitud ya que este cojeaba, y cuando se cayo tuvieron que ayudarle a levantarse, pero no vieron el objeto caído había atravesado los barrotes de la celda de Soledad. Era un mensáfono protegido por plástico de burbuja. Ya a solas Soledad lo desenvolvió y vio el mensaje en la pantalla.
“Soy Aroa, ya no puedo abrir las puertas del ministerio. Necesito las tuyas y tu necesitas salir ¿Hacemos negocios?. Soledad sonriente tecleo unas instrucciones en el mensáfono y lo envío. Por su parte Lucrecia y Victoria estaban en la quinta del sordo en 1824 visitando a Goya y asegurándose de que el grito siguiera siendo de Munch, como así sucedió aunque a Victoria le toca un regalo por parte de Goya: un pequeño óleo llamado .“Esto es lo verdadero“. La imagen no representaba una pesadilla ni un monstruo, ni una lucha. Solo gente sencilla del campo, trabajando honradamente en paz . Al día siguiente ya descansadas emprendieron otra vez a trabajar, pero primero
a desayunar donde ya se encontraba Rubén , allí estuvieron hablando de Goya, de los cuadros y luego se pusieron a trabajar (escribiendo informes y catalogando puertas). Rubén al terminar su jornada fue a su casa y junto a sus compañeras colgó la imagen que le regalo Goya “El sueño de la razón produce monstruos.”. La escena cada vez le parecía mas bella y en dorso del dibujo un buen deseo “Ella si descansara en paz ”. Los días pasaron y en Inglaterra la reina ya había recibido en el palacio de Greenwich una carta de Rubén Tudela
“Querida Catalina
Gracias por tu carta y por tu palabras, me llegaron en un momento en el que realmente las necesitaba. Adivinaste algo terrible, algo que tocaba muy de cerca y que estuvo a punto de hacerme caer. Es verdad yo la amaba , la amo y la amare toda la vida y es duro perder a quien amas. Se pierde las ganas de vivir y dan ganas de mandar todo al diablo pero de alguna manera estoy de vuelta. Ahora se que tengo algo más : A los amigos, como tu. Eso es lo que importa
PD : Me alegro mucho de tu estado de buena esperanza
Un abrazo
Rubén”

CAPITULO 8 : TIEMPO DE HONOR

Les habían avisado de que la reunión tendría relación con los Tercios. Pero Lucrecia torció el gesto cuando el subsecretario les informó del resto:
– Tercios de mar. ¡De mar! Bien sabe Dios que siempre obedezco las órdenes, pero…
– Vamos a ver -Interrumpió Rubén, ¿Me están tomando el pelo? ¿Qué tiene que ver España con un libro antiguo japonés?
– Filipinas era una colonia española en aquella época -Apuntó laura-. Los japoneses pasaron por allí. Y los Tercios.
– Además, no se trata de un japonés cualquiera -Añadió Iñaki-: Estamos hablando de Miyamoto Musashi. Un samurai famoso, Rubén; sobre todo, por su obra literaria.
– ¿Un escritor? -Se interesó Victoria.
– No, no: ¡ésta me la sé! -Sonrió Rubén, cada vez más divertido-: Los samuráis son guerreros japoneses.
Iñaki abrió la boca para continuar; pero para su sorpresa, Lucrecia se le adelantó:
– Usaban un sable que se empuñaba con ambas manos, llamado katana. Pensado para atacar con el filo de la hoja, no con la punta. Nada que ver con la esgrima española, de espada en una mano y daga en la otras
– Cierto, nada que ver; pero sólo hasta comienzos del siglo XVII -Asintió Iñaki, algo molesto por la interrupción-. Entonces el libro de Musashi introdujo técnicas a dos armas, similares a las nuestras. El problema es que nuestro contacto en Filipinas dice lo contrario. El subsecretario hizo pasar a su nueva secretaria . Ésta les presentó dos libros de distintas épocas: El Libro de los Cinco Anillos, de Miyamoto Musashi.
Una copia moderna y otra del manuscrito del siglo XVII que ha conseguido nuestro contacto en Filipinas. Traducidas al castellano.
– Han tenido que traducir el manuscrito a toda prisa -Observó el subsecretario
-.Victoria por favor, compárelos. Usted también, Lucrecia: habla como si ya supiera algo del tema, ¿Es que conoce a alguien de los Tercios de Mar?
– Algo así. Pero, ¿Cuál es el cambio? -Se encogió de hombros-. ¿Que los samuráis no aprendieron nuestro estilo de lucha? Mejor para nuestras tropas…
– ¿Mejor? Tal vez no. Si no llegaron a entrar en contacto con nuestra técnica, podría significar que perdimos Filipinas trescientos años antes de lo previsto.
En un santiamén la patrulla ya se encontró en el lugar exacto para el cumplimiento de la misión (Luzón, Filipinas, 1582). El olor del mar y de la vegetación exótica se mezcló con el sofocante calor tropical en cuanto cruzaron el umbral de aquella rudimentaria cabaña: estaban cerca de un puerto. La brusquedad de este tipo de cambios ya era parte de la rutina habitual, pero nunca dejaba de maravillarles.
Un hombre enjuto vigilaba la puerta a poca distancia.
– Mi nombre es Pero Lucas, al servicio de vuesas mercedes.
El grupo se puso en marcha, en dirección al puerto.
– ¡Yo ahí no subo!
– Vamos, Lucrecia -Lucas se armó de paciencia-. El capitán Juan Pablo de Carrión está muy ocupado, pero va a recibiros en la galera «Capitana“. Está avisado de todo, él también es del Ministerio. Será breve.
– ¡Bien podríamos reunirnos en tierra!
– ¿Y tú eres la que se subió al mástil del santa María para gritar conmigo tierra a la vista?-Suspiró Victoria-. La verdad, cuesta creerlo.
– Cierto pero tuvo que beberse dos petacas de ron para animarse. Lucrecia , no sé por qué le tienes tanto miedo al mar, pero lo respeto Déjalo, subiremos Victoria y yo.
-¡ Yo no se lo que es el miedo¡ – Grito la onubense. Su inmenso orgullo le obligó a subir a la pasarela de la embarcación, aunque lo hiciese con la palidez de los que se dirigen al cadalso-. Vamos. ¡Acabemos con esto cuanto antes!
El capitán Carrión les saludó con cordialidad, y sin más rodeos, desplegó sobre el escritorio un mapa de la zona.
– A fe mía, os habréis de apresurar. No sé lo que buscáis, pero el Ministerio no debería haberos enviado en tales fechas. Es posible que mañana esto sea un campo de batalla.
– Tal vez no tenían otra puerta para elegir -Supuso Victoria ocultando su aprensión
-. ¿Quién es el enemigo?
– Piratas chinos y japoneses. Han asolado aldeas nativas por toda esta costa -Carrión señaló la zona norte del mapa-. El gobernador nos ha hecho venir para protegerlas. Hace poco ahuyentamos a cañonazos un junco pirata, pero volverán. Siempre vuelven.
– ¿Junco? ¿Barcos hechos de juncos? -. Para sorpresa de la patrulla, el capitán asintió
– Bueno, no creo que puedan compararse con nuestros navíos, ¿Verdad?-Dijo Lucrecia
– Sí que pueden, y holgadamente,. Un solo junco puede traer centenares de piratas a bordo, y yo sólo dispongo de cuarenta soldados del Tercio. Excelentes, pero pocos.
– Cuarenta y uno, si aceptáis mi espada -Intervino Lucrecia. La mención de la batalla le animaba de manera especial: casi parecía ayudarle a pasar por alto el hecho de encontrarse en un maldito barco. Carrión la miró con simpatía:
– Os lo agradezco, pero no puedo aceptar: cumplís una misión para el Ministerio.
A pesar de cuánto necesito un buen soldado o un enfermero de campaña. Nuestro oficial médico a veces no da abasto. Pero vuestra misión es bien diferente, ¿Verdad? Cumplidla. Cuando localicéis el objetivo, hacedme llamar y os asistiré en lo que pueda. Mientras tanto, si me disculpáis, continuaré con los preparativos del combate. Podéis usar mi camarote, estará vacío: hoy pernoctaré con mis hombres.
-No, por favor, no pretendemos…
-No tengáis cuidado, pensaba hacerlo igualmente: me vendrá bien para organizarlos y subirles la moral -Carrión se despidió con una reverencia breve y amable-. Con Dios.
– Sólo los buenos oficiales compartirían techo con la tropa -Comentó Lucrecia admirativamente, cuando por fin (para su alivio) volvió a pisar tierra-. «Camarada» no es sólo quien comparte la misma cámara, sino. las fatigas, las chanzas, las penas y el pan como una familia -Al decir esto último, miró amistosamente a sus compañeros.
– Sí, es un gran oficial -Asintió Pero Lucas-. Y sabe bien que la camaradería es el alma de los Tercios. ¿Existe todavía esa palabra en vuestro tiempo?
– ¿Camaradería? -Sonrió Rubén -. Durará siglos.
Victoria no contestó: se había quedado muda de asombro. La onubense del siglo XVII había vuelto a referirse a ella y a Rubén como a su familia. No era la primera vez: pero ahora empezaba a intuir que, en el fondo, quería decir mucho más. A petición de Lucrecia, pasaron el resto del día en tierra, examinando los libros. Poca gente se fijaba en el grupo: tal vez Carrión disponía sólo de cuarenta soldados de élite, pero el número de mozos de carga, escuderos y marineros era realmente muy superior. Entre tanto ajetreo, pasaban desapercibidos.
– ¿Es una broma? – Se indignó Rubén de repente-. ¡Miyamoto Musashi no nace hasta dentro de dos años!
– ¡Shhh! Habla más bajo de esas cosas, Rubén… -Susurró Victoria, alarmada.
Lucrecia frunció el ceño, examinando el texto en cuestión. Era el prólogo de la edición impresa de 1962, y contenía una breve biografía del autor.
– Es verdad. ¿Para qué nos han enviado aquí y ahora, entonces?
– Eso quisiera saber yo – Gruñó el ex pianista, releyendo el prólogo-. Aquí dice que Musashi puso por escrito varias tradiciones samurai que ya existían antes que él…
– El camino del agua -Señaló Victoria en su copia, el manuscrito recién traducido que había hecho saltar las alarmas del Ministerio-. El del fuego. El carpintero. El honor. La espada es el alma del samurai. Muy poético…
– En la copia de 1962 también aparece eso. Pero además, dice que Musashi introdujo una innovación: el combate con dos espadas. La katana y una daga llamada wakizashi.
– Eso en la copia del 1962.. -La abogada republicana buscó el capítulo equivalente en el otro documento-. Ahí está la diferencia: en el manuscrito, sólo usan una espada.
A esto debía referirse Iñaki.
– Enseñadme eso -Lucrecia examinó la ilustración de 1962-. Mirad: casi parecería que Musashi hubiera aprendido algo sobre esgrima española. Aunque la postura es diferente, pero aquí está lo principal: espada larga en la diestra, y corta en la siniestra.
– ¿Tan importante es eso?
– Mucho -Explicó la viuda negra, con el aplomo de la experta que era. Se irguió y desenvainó la espada ropera, pero no la daga-. ¡En guardia, Pero Lucas!
El veterano, que había decidido compartir con ellos , desenvainó encantado.
Lucrecia se lanzó al ataque, empuñando la espada toledana con ambas manos.
La espada y la daga de Pero Lucas se cruzaron velozmente, deteniendo con firmeza el mandoble de Lucrecia . Ambos veteranos mantuvieron un reñido pulso unos instantes, con una fiera sonrisa de rivalidad: pero las dos hojas de Lucas repartían mejor la fuerza, al permitirle apalancar la posición de ambas manos independientemente. La viuda negra tardó pocos segundos en ser rechazado de un empellón.
– ¡Ahora me toca a mí! -Celebró Pero. Estaba realmente muy bien entrenado: se movía con la rapidez del rayo. Ella detuvo uno, dos, tres mandobles con gran celeridad, y después contraatacó. A punto estuvo de hacer retroceder a su rival,. Pero la espada de Lucrecia acabó desviada por una hábil maniobra de la daga de Lucas, que al mismo tiempo le apuntó al pecho con la toledana.
– Con una sola espada, un guerrero puede atacar o defenderse, pero no ambas cosas a la vez no del todo, al menos. En cambio, con dos armas, sí que puede.
-Pues ya tenemos el resumen del libro -Asintió Victoria con sorna-. Poesía pura.
– No tiene que ser hermoso: tiene que servir -Replicó fríamente su compañera, señalando la edición de 1962-. ¿Éste es el libro correcto? ¿En el que el enemigo aprende nuestra técnica? Me niego a permitir eso. ¡Sería una traición!
– Baja la voz Lucrecia.. -Victoria miró inquieta en todas direcciones -. Sólo nos han enviado para saber por qué. ¿Qué es lo que está a punto de cambiar?
– Mira alrededor, se está preparando una guerra -Suspiró Rubén, asqueado por el solo hecho de pronunciar la palabra-.Cualquier cosa puede cambiar
– Esto tiene que ser una pesadilla. -Murmuró la malagueña.
Los tambores dieron la señal de marcha; las picas de la vanguardia bajaron hasta calarse en posición de ataque. Marcando el paso, el cuadro comenzó a avanzar.
En el calculado espacio entre lanceros avanzaban los arcabuceros, espada y daga al cinto, listos para disparar: Rubén soltó una maldición cuando distinguió a Lucrecia Hernández entre ellos. En primera fila. Y los enemigos al fondo no se parecían a nada que hubiese visto nunca: armaduras samurai de flexibles láminas de cuero y metal, acampanadas como los extraños cascos, rematados en formas fantásticas, como de otro mundo. Iba a ser un día muy duro… (Tres horas antes)
Rubén hizo una rápida llamada al Ministerio y usó la Puerta. No tardó mucho en volver, cargado con un enorme fardo de material médico para ayudar junto a Victoria
– Por mí no tengas cuidado. Pero no apruebo que os metáis en esto ni siquiera como “enfermeros“. Tu no tienes casi conocimientos médicos al igual que ella . Victoria es una mujer de leyes, de diplomacia y eso esta muy bien pero en una guerra…
– Eso es verdad. Pero la idea ha sido suya, y ya sabes lo cabezota que es. En fin, los tres somos cabezotas, cada uno a nuestra manera.-Le contesto su compañero
En los libros habían encontrado muy pocos datos sobre la inspiración del estilo «dos cielos“ (dos espadas) de Musashi: una teoría sin confirmar apuntaba a que Musashi podría haber sido zurdo o ambidextro. Otra teoría, más extendida, afirmaba que asistió en su juventud a alguna exhibición de esgrima europea. Tales exhibiciones, ¿Habrían despertado interés si no hubiera sido por combates como el que se estaba empezando a fraguar? Exasperada por la falta de datos, Victoria acababa de tomar una decisión radical: Habría que presenciar la batalla desde primera línea. Por eso había enviado a Rubén a por suministros de emergencia. No sobró tiempo. Mientras esperaba a su compañero, Lucrecia averiguó qué órdenes tenían los hombres de Carrión: zarpar de inmediato. Con toda la flotilla disponible: la galera «Capitana», el navío ligero «San Yusepe» y cinco embarcaciones pequeñas de apoyo. El capitán e hidalgo Juan Pablo de Carrión sólo se demoró una hora lo suficiente para averiguar qué rumbo habían seguido los piratas: río arriba. Y la batalla empezó: La detonación fue estruendosa;
le siguieron varias más. La cubierta enemiga, atestada de piratas listos para el abordaje, era un blanco fácil: descarga tras descarga de artillería, los bandidos fueron barridos a docenas. El junco también respondió a cañonazos, pero con mucho menos éxito: no disponían de tantas bocas de fuego, ni tan maniobrables como las armas de base giratoria europeas. Carrión se había cuidado muy bien de reforzar la artillería: la «Capitana» y el «San Yusepe» estaban, literalmente, armados hasta los dientes y también tenían a expertos tripulantes. Pero lo que encontraron no fueron simples piratas. Hastiados por la falta de resultados, los verdaderos líderes habían decidido salido a la luz. Fue la primera señal de que algo iba a cambiar. Tras los arqueros, una línea de soldados ashigaru, con livianas armaduras de tela muy gruesa y cuero, enarbolaban alabardas naginata: lanzas cuya larga punta consistía en una auténtica espada completa. Tras ellos se distribuían sus comandantes, ataviados con llamativas armaduras acampanadas de láminas metálicas y cuero lacado. No se habían molestado en desenvainar sus katanas, ni las largas espadas nodachi: aún no lo necesitaban.
– Rônin, antiguos samuráis sin señor -Masculló Carrión-. O más bien, que ahora sirven a un nuevo señor de la guerra: Tay Fusa. Al fin les vemos la cara
Mientras las picas aguantaban la defensa, los arcabuceros y mosqueteros tenían orden de atacar. Al sonar la señal disparó la primera fila de arcabuces, la de Lucrecia y Lucas; después se detuvieron a recargar, mientras la siguiente fila les relevaba .
– Por qué no me habré traído una escopeta de 1962… -Masculló Lucrecia entre dientes.
– ¿Cómo dices? -Susurró Pero Lucas, recargando su arcabuz.
– Nada sigamos.
Las filas se turnaban, así que el fuego era incesante. Pero el enemigo también sabía hacer lo mismo, y no sólo desde la galera: la cubierta de junco también se había vuelto a llenar de tiradores que disparaban sin tregua. El general hatamoto de Tay Fusa sabía organizar sus tropas endiabladamente bien. A una orden del enemigo (“¡Ganko!”), la vanguardia de lanceros ashigaru se separó en varios grupos en forma de V, como pequeñas bandadas de aves, cada una de ellas encabezada por un valiente o un suicida. Calando las lanzas naginata, se lanzaron al ataque. Los lanceros del Tercio les imitaron. El choque fue brutal. .
– ¡A degüello! -Ordenó el sargento mayor.
La orden final de todo combate que se precie: Lucrecia y Pero Lucas desenvainaron sus aceros, como todos los demás. Los jefes enemigos, ya fueran samurai o rônin, al fin se adelantaron en busca de un oponente digno. Y lo encontraron.
El primer rônin, en una veloz maniobra de caído, desenvainó y decapitó a un lancero con un único movimiento de rotación ascendente. El siguiente mandoble descendió hacia Pero Lucas, pero éste lo detuvo con la daga vizcaína y la espada toledana, tal como había practicado con Alonso. Después, sin dejar de bloquear la katana con su espada, le atravesó el costado con la daga que esgrimía en la zurda; el enemigo no se lo esperaba, a juzgar por la cara de dolorido asombro con que cayó agonizante.
Otro rônin ocupó su lugar, pero Lucas comprendió que ya no le resultaría tan fácil sorprenderle con el truco español de las dos espadas: la muerte de su compañero le había puesto sobre aviso. Un tercer rônin se encaró directamente con el rodelero principal de la guardia de Carrión.
– Tres contra uno ¿Eso es honor?
-¿Qué esperabas? -Gruñó Gonzalo, un veterano rodelero, protegiéndole con su escudo de un traidor lanzazo-. Dejaron de ser samurai. Ahora sólo son vulgares piratas .
El enemigo de la armadura ornamentada entendió alguna de las despectivas palabras, y su rostro se llenó de odio: rugió una orden a sus escoltas y entre los tres atacaron con redoblada furia. Gonzalo desvió una de las naginatas con su escudo y partió en dos de un tajo el asta del arma enemiga: el lancero desenvainó una katana, dispuesto a no darle tregua. Lucas se defendió de los dos enemigos restantes con ambas manos, pero así era imposible atacar. Entonces se oyó un espantoso estruendo de cañones y culebrinas, y los tiradores del junco enemigo fueron barridos como por un vendaval.
– ¡Llega el «San Yusepe»!
La «Capitana» ya no estaba sola: por fin le había dado alcance el resto de su flotilla.
Entre vítores, la tripulación de la galera volvió a la carga con renovado entusiasmo, libre de las balas de los teppo piratas. Las culebrinas prendieron fuego al fin en el castigado junco, que en realidad había quedado más afectado de lo que parecía por el primer ataque de la Capitana: al arder las costuras superiores, una gran grieta se extendió desde el boquete que había abierto el espolón. Los piratas que todavía quedaban a bordo se vieron obligados a ganar la costa a nado. Rubén contempló que en el agua no sólo había piratas: un par de soldados españoles también habían caído (algunos muertos como era el caso de Pero Lucas) y Lucrecia cayendo por la borda en el fragor del combate. Y sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua en su busca pero no encontraba lo que buscaba. “Tal vez corriente arriba”, pensó, obligándose a bucear un poco más. Allí estaba. Al fin encontró el cuerpo de su compañera, lastrado por el peso de sus armas, con una leve neblina de sangre cerca del hombro. La elevó cuanto pudo y tiró de ella hacia la orilla. Tuvo que esforzarse un buen trecho, antes de encontrar una zona en la que poder descansar la viuda negra estaba inconsciente, tenía una herida en el hombro y un feo golpe en la sien. Pero respiraba . Entonces se oyó un ruido alarmante, no muy lejos.
– Lucrecia ¡despierta! -Susurró Rubén con urgencia, mientras le hacia el boca a boca a su compañera-. ¡Vamos, no me hagas esto! ¡Por Dios, despierta!
Lucrecia entreabrió los ojos y expulso mucha agua pero estaba demasiado aturdida por el golpe en la cabeza y en cuanto intentó levantarse, se derrumbó dolorosamente.
Era evidente que necesitaría algunos minutos antes de recuperar la consciencia por completo. Rubén Tudela comprendió que quedaba mucho menos que eso para que les descubrieran allí. Y entonces los dos estarían muertos. Sólo había una opción.
– Te conseguiré algo de tiempo ¡Lucrecia, por el amor de Dios, date prisa!
Y se alejó de su compañera, gritó para atraer a los piratas y echó a correr. Los ruidos de la orilla la siguieron. Eran tres piratas. No, cuatro. Otro más salió de entre los altos juncos a tierra firme. Rubén sacó el revólver que Lucrecia le había dado por la mañana, preguntándose si funcionaría estando tan mojado. “En fin, lo sabre ahora”,. “Ya no pueden empeorar más las cosas…”Pensó. Entonces temblaron otra vez las últimas hierbas de la orilla pantanosa, y de entre ellas salió al suelo firme, más despejado, un sexto hombre con una armadura completa de samurai. A un costado portaba una katana extrañamente larga, envainada con el filo hacia arriba; al otro, una especie de porra o de espada corta. El revólver, lleno de agua, no obedeció.
“Pues sí que podían empeorar”, hubo de admitir Rubén, casi con sarcasmo.
El samurai gritó una orden a los piratas. Los de peor catadura le contestaron en el mismo idioma y se acercaron , intentando derribarlo entre risotadas . Su superior repitió la orden y, con un golpe seco del pulgar, aflojó en su funda el largo sable.
Los wo-kou también echaron mano a las armas que portaban. Por tercera vez, el samurai repitió la orden. El ex pianista inclinó el revólver para vaciarle el agua y empezó a rezar. Entonces sucedió lo increíble. La espada del samurai abandonó su vaina con un mandoble de caído de rotación lateral, segando de un solo golpe las cabezas de los dos wo-kou más cercanos. El samurai completó la maniobra de giro encarándose con los demás rufianes, mientras elevaba con ambas manos el sable por encima de su cabeza, listo para continuar. Una gota de sangre ajena cayó sobre su rostro, dibujando una línea casi tan delicada como si la hubiera trazado un pincel.
El samurai repitió la orden: esta vez, los wo-kou obedecieron y se retiraron.
– Gomen nasai, hime-sama -Se disculpó el samurai, volviéndose con una cortés reverencia. Escurrió la sangre de su arma con una grácil sacudida, la envainó y tendió la mano -. Watashi no namae Hirata Munisai desu.
– Eh… ¿Perdón…? -Rubén se levantó, desconcertado. Al ver el arma envainada, se calmó lo suficiente para devolver la leve reverencia al hombre-: Gracias. Me llamo Rubén -Se señaló el pecho al pronunciar el nombre.
– Munisai – Se presentó de nuevo el samurai, imitando el gesto-. Hirata Munisai.
– ¿Eres un wo-kou?-Rubén señaló, con aire de reproche, las últimas volutas de humo que todavía se elevaban desde la lejana aldea arrasada. El samurai negó con un gesto, pero sus ojos reflejaron amargura al desviar la vista del humo: era evidente que se avergonzaba de sus aliados. Aquélla era la distracción que alguien estaba esperando: desde las vecinas hierbas altas, una larga vara golpeó traicioneramente a Munisai en el hombro derecho, no dislocándoselo por muy poco. El samurai esquivó como pudo un barrido de naginata casi a ras del suelo, que a punto estuvo de segarle los tobillos. Desenvainó con la zurda su porra jitte y bloqueó el siguiente tajo enemigo, mientras sacudía el dolorido brazo derecho para intentar hacerlo reaccionar. Los dueños de la lanza naginata y del largo bastón bô abandonaron su escondite de juncos, posicionándose estratégicamente a ambos lados de Munisai. Cada uno mantenía una distancia de casi metro y medio, bien calculada para atacar con sus largas armas sin ponerse al alcance de los mandobles del samurai. De entre las altas plantas acuáticas surgieron seis enemigos más: los wo-kou de baja estofa habían regresado, y traían refuerzos. Rubén guardó el revólver en su cinturón y tomó del suelo una de las naginata de los rufianes decapitados poco antes: no sabía usar la lanza, pero al menos impediría que la utilizaran los atacantes, y de paso quizá estorbaría a quien intentara acercársele. “Dios mío, yo luchando: esto no tiene sentido… “
El círculo se cerró en torno a la extraña pareja. Los piratas centraron sus esfuerzos en el hombre, sabiendo que disponían de poco tiempo antes de que Munisai recuperara el uso del brazo derecho. Pero éste era un maestro con el jitte: la porra detuvo la hoja de la naginata con un estudiado golpe seco y quebró el metal. El enemigo tuvo que cambiar de posición la lanza rota, para usarla igual que un bastón bô. Uno de los espadachines dejó de lado a Rubén y lanzó un traicionero mandoble, casi por la espalda, hacia el entumecido brazo derecho del samurai… pero una detonación lo detuvo en seco. El revólver por fin había decidido obedecer. Antes de que los demás pudieran recuperarse de la sorpresa, el jitte de Munisai partió el cráneo del espadachín herido de bala. El ex pianista, demasiado asustado para andarse con miramientos, disparó tres veces más, hiriendo a los dos bandidos del bastón bô. Los balazos bastaron para entorpecerles: el nuevo aliado de Tudela se encargó del rematarlos.
– ¡Ko-teppo! -Comprendió uno de los piratas, haciendo gala de más inteligencia o más sangre fría que los demás. El resto abandonó el terror supersticioso al caer en la cuenta de que este no había usado ningún poder sobrenatural: ¡sólo se trataba de una especie de fusil pequeño! . De pronto temblaron los altísimos juncos, y dos de los enemigos restantes cayeron traspasados por sendas estocadas: los disparos habían atraído a un combatiente más.
– ¡Lucrecia! ¡Ya era hora! -Protestó Rubén.
– Debiste haber disparado antes -Se encogió de hombros el interpelado, poniéndose en guardia de nuevo-. ¡Llevo un rato buscándote! -Le dijo intentando atacar a Hirata
– ¡No, ese samurai me está ayudando! ¡Ataca a los otros!
– ¿Cómo? ¿Has perdido el juicio?
– ¡A los otros! ¡Es una orden!
– ¡Esperad, no envainéis la otra! ¡Katana o ni hon! -Grito Lucrecia
“¿Dos espadas?” Munisai blandió ambas armas, dubitativo: debía haber oído mal…
– Defended con una y atacad con la otra, como yo -Indico Lucrecia en japonés, para asombro de amigos y enemigos.
– Imposible: esto es un tachi, es mayor que una katana -Protestó el samurai en su propio idioma, sin bajar la guardia-. ¡No se puede usar con una mano!
– Pues dadle algo de impulso para compensar. ¡Así! -Contestó Lucrecia en japonés, imprimiendo velocidad a la toledana mediante un molinete por encima de su cabeza.
-. Sin descuidar la defensa con la otra. ¡Hay que estar dispuesto a aprender cosas nuevas! Creedme, sé bien lo que digo…
Espalda contra espalda, los dos derrotaron fácilmente al resto de los atacantes. Excepto a uno: el último, espantado, echó a correr.
– Shimata! -Maldijo Munisai.
– Cierto: si se lo cuenta a vuestro superior, estáis muerto -Asintió Lucrecia, soltando su fiel toledana y lanzando algo. El wo-kou cayó de bruces, con un cuchillo arrojadizo español hundido hasta la empuñadura entre hombro y hombro.
– Shurikenjutsu -Munisai examinó el cadáver y miró con sincero respeto a Lucrecia
-. Domo arigató, hime no samurai…
– Lucrecia Hernández -Contestó éste con una reverencia, después de recuperar sus armas-. De nada: ha sido un honor. ¿No os he visto antes, en el abordaje? Bien.
Entonces la española y el samurai se pusieron en guardia, amenazándose mutuamente con una feroz sonrisa que oscilaba entre la admiración y el respeto.
Mientras en el barco el capellán y el cirujano estaban ayudando al sargento a interrogar a un pirata capturado.
– Preguntadle a quién sirve su jefe Tay Fusa -Ordenó el sargento. El religioso tradujo la pregunta, entre palabras apaciguadoras; pero el prisionero le escupió en la cara.
– Esperad: el capitán me ha pedido que ayude. Creo que puedo hacerle colaborar.
Una inyección de pentotal sódico por parte de Victoria Kent y varios minutos después, obtuvieron la respuesta sin necesidad de más escenas desagradables:
– Daimyô Hideyoshi-sama.
-Toyotomi Hideyoshi-sama? -Se alteró el capellán-. Daimyô Oda Nobunaga-sama no hatamoto?
El pirata asintió, con la mirada vidriosa por la droga.
– Daimyô Oda Nobunaga-sama shibô shita.
El capellán se enjugó la frente, repentinamente perlada de sudor frío.
– Sargento hemos de poner sobre aviso al capitán Carrión inmediatamente. Y al gobernador español en Manila.
– ¿Por qué? ¿Qué significan esos nombres?
– Que esto no es simple piratería. Esto es la cabeza de lanza de una invasión.
– Ha dicho Oda Nobunaga ¿Ese no es el que acaba de unificar casi todo Japón? Él no toleraría una cosa así -El rostro del sargento se había relajado al escuchar el nombre; casi parecía hablar con cierta simpatía.
-Un misionero de Nagasaki nos habló una vez de él -Asintió el barbero-: Un general de agudo ingenio, aunque incluso su propia gente lo llame loco a veces. Tanto le gusta el lujo como codearse con la tropa. Y odia a sus propios sacerdotes budistas, pero se lleva bien con los cristianos…
– Eso se acabó: Le ha sucedido su general Hideyoshi -El capellán se santiguó, angustiado-. Dios nos proteja: Oda Nobunaga ha muerto.
– Lucrecia , por favor, envaina las armas -Rogó Rubén con nerviosismo-. Este samurai me ha defendido…
– Eso es verdad -Reconoció caballerosamente ella. Sin bajar la guardia, preguntó en japonés-: ¿Por qué?
– Teníamos una misión y esos piratas wo-kou han traicionado nuestro honor-Contestó Hirata Munisai en el mismo idioma. La onubense tradujo sus palabras.
– ¿Misión? -Estalló rabiosamente Rubén, señalando los restos de humo de la malograda aldea costera-. ¿Eso era tu misión? ¡¡¿Matar niños indefensos?¡¡
El samurai lo miro avergonzado cuando Lucrecia tradujo las palabras de su compañero. Bajó la vista con respeto antes de continuar:
– Nuestra misión era ganar tierras para el líder de nuestro país: Hideyoshi-sama. Luchar contra soldados, no contra campesinos ni mucho menos contra niños.
El ex pianista asintió al escuchar la traducción: por eso Munisai se había vuelto contra algunos de sus aliados. Ahora entendía eso, y algo más: por fin recordaba dónde había leído antes el nombre del samurai que tenía delante. Todo encajaba…
– Miyamoto no Shinmen Hirata Munisai -Fueron las palabras que pronunció para asombro del samurai: ¿Cómo podía saber el su nombre completo, el de su pueblo y el de su señor? ¿Y cómo conocía el idioma su compañera, que luchaba como un oni del mismísimo infierno? . Rubén le pidió a su compañera que le tradujera la verdad
– Rubén ¿Estás seguro de que debemos contarle esto? . El asintió tajantemente
– He visto el futuro. Tu nombre y el de tu hijo pasarán a la Historia. Seréis grandes entre los grandes y os recordarán durante siglos, si eliges bien tu camino. No debo ser yo quien te indique cuál es ese camino; pero sí te diré que has de elegirlo ahora
Lucrecia intercambió las palabras de Rubén palabras el samurai, pero el ex pianista y ella se quedaron desorientados ante la respuesta.
– ¿Qué ha dicho Lucrecia?
-”Perdóname: la corriente me ha arrastrado hasta aguas demasiado turbias. Eso debe cambiar. Hasta pronto: lavaré mi honor en la próxima batalla”.
El samurai desprendió de las láminas de su pectoral una cinta de seda con unos complicados caracteres dibujados a pincel: la brisa la dejó a los pies de Rubén.
Había un brillo de respeto reverente en los ojos de Munisai cuando les dio la espalda y se alejó hacia un sonido escalofriante, río arriba: los cañones de la «Capitana» se habían puesto en marcha otra vez. Una nueva batalla naval.
– Allí nos veremos, Shinmen Hirata Munisai sama -Se despidió Lucrecia, en japonés, aunque más bien para sí mismo: probablemente, su rival ya no podía escucharle.
La viuda negra tardó un largo instante en volverse a Rubén:
– ¿Su nombre está en el libro? Es el padre de Musashi, ¿Verdad?
El asintió y recogió la cinta de seda. Había visto antes esos extraños símbolos: Los portaban en su armadura todos los piratas de Tay Fusa.
-Creo que ha renunciado a su señor-Observo la viuda negra para después irse .
El rumor del agua les guió hasta el río. Y desde una pequeña nave española, cerca de la orilla les hicieron señas: era hora de partir.
– Así es, Tudela-Asintió Carrión-. Según decís, ya habéis tenido tratos con vuestro objetivo, ese tal…-Consultó el informe que Rubén acababa de redactar para Salvador
-“Shinmen Hirata Munisai, del pueblo de Miyamoto”. Así que una de las naves auxiliares os llevará de vuelta a los tres, en cuanto amanezca.
– Pero falta el combate más difícil. La batalla de Cayagan
– Precisamente por esa razón -Contestó el capitán-. Ya habéis hecho suficiente.
No voy a continuar exponiendo las vidas de agentes del Ministerio para mis asuntos. Ésta no es vuestra guerra. Es la mía.
– No estoy tan seguro de eso -Rubén paseaba inquieto por el camarote, intentando convencerse de que no lo estaba haciendo por vengar a la aldea tagala-. Está escrito que la familia Shinmen Hirata de Miyamoto aprenderá nuestro estilo de lucha o reinventará uno parecido, y ya está hecho. Pero si esta batalla se pierde ¿Quién se molestará en recordarnos y escribirlo? Les pareceremos inferiores y nos olvidarán.
En realidad, eso es lo que inquieta al Ministerio: no se trata del libro, sino de la posibilidad de perder las islas Filipinas ahora.
– ¿Sería peor para los españoles ese cambio?
– No lo sé. Ganando ahora, tendremos unos años de paz con los gobiernos de Hideyoshi y de Ieyasu. Pocos, pero perdiendo, tal vez ninguno. De todos modos, no importa: el Ministerio prefiere no cambiar la Historia.
– Cierto. No debería cuestionar las órdenes. Pero el precio va a ser alto -El capitán también contempló a través del ojo de buey el estado de su plan: las trincheras estaban casi listas, y la tripulación ya había empezado a descargar los cañones desde las naves
– ¿Puedo preguntar una cosa? -Inquirió Rubén con recelo. Una duda le atenazaba la boca del estómago: había algo que no le acababa de convencer.
– Sí, por descontado.
– ¿Sólo hay piratas wo-kou ahí dentro?
– Hay de todo. Los wo-kou fingen ser honrados comerciantes, que cambian plata japonesa por oro filipino, y cazan ciervos por su piel. Quién sabe, quizá alguno de ellos incluso lo sea de verdad, sobre todo los que se han establecido en nuestras poblaciones. Pero los que prefieren vivir en ese castillo son otro cantar ahí manda un pirata que asalta barcos y aldeas.
– Tay Fusa -Recordó Lucrecia.
-Sí. Algunos dicen que es un simple criminal. Otros cuentan que fue un daimyô, un señor feudal, exiliado de Japón por esas larguísimas guerras civiles que llaman Sengoku Jidai. Ayer lo dijo un prisionero al que cogimos como rehén.
Poco después comenzó una batalla desigual y tras dos horas de cañonazos contra las murallas y olor a pólvora quemada. El enemigo había decidido mostrar al fin su verdadera cara. Dos largas líneas de arcabuceros y lanceros ashigaru se desplegaron a las puertas de la fortaleza y comenzaron a avanzar. Tras ellos salieron al campo de batalla, sin prisas, llenos de solemne seguridad, sus superiores: unos cincuenta rônin con armadura samurai completa, rodeados por más de cien lanceros y otros tantos arcabuceros de reserva. Las tropas niponas estaban organizadas en pequeños y ágiles grupos en forma de V, como ya hicieran sus compañeros de fechorías durante el abordaje del día anterior. El general, sus oficiales y varios portaestandartes ocupaban el centro de la formación.
– ¡Fuego! -Ordenó el sargento mayor de los Tercios.
Los disparos de los cañones y las culebrinas barrieron varias filas de ashigaru, que cayeron como trigo azotado por un vendaval.
– Es extraño -Comentó el capitán Carrión al alférez Mejías-: El enemigo se está replegando, pero ha puesto a un grupo nuevo de lanceros y arcabuceros en medio. Casi parecería que lo hubieran hecho intencionadamente.
– ¿Un escudo humano? ¿Los soldados menos valiosos?
– Puede ser pero nos guste o no, igualmente no tenemos otra opción -Se encogió de hombros el capitán-. Se agota la pólvora, y a juzgar por el tamaño de esa fortaleza, hemos empezado con cinco o seis enemigos por cada uno de los nuestros. En ese momento los fusiles teppo japoneses abrieron fuego en turnos rotativos contra cualquiera que asomara la cabeza fuera de las trincheras. Debido a su superioridad numérica, consiguieron algunas bajas españolas, incluso a pesar de que su puntería no resultaba demasiado buena. Los arcabuces españoles no eran tan numerosos, pero contraatacaron demoledoramente: el enemigo comprobó dolorido la letal puntería de los tiradores del Tercio. Y los mosquetes, mucho más pesados (se necesitaba una horquilla para apoyarlos) resultaron aún más efectivos, debido a su mayor potencia.
– Ya he gastado diez de los “doce apóstoles” -Comentó Lucrecia a su vecino de trinchera, señalando las doce cartucheras de su bandolera: sólo a dos de ellas les quedaba pólvora. La lucha a lanza y espada ya estaba entrando en las trincheras.
Los novatos españoles y sus aliados tagalos, bien parapetados, resistieron con ferocidad. Alarmado, Rubén cargó el revólver, mientras Victoria se apresuraba en volver a su lado pensando en disparar ella misma, si llegaba el caso… porque los “coseletes” y los “pica secas” habían engrasado las astas de sus armas con sebo de las cocinas. Tan humilde truco, ideado por Victoria, fue el que hizo resbalar a los ashigaru cuando éstos quisieron arrebatar las picas, derribados por su propio impulso Y lo más importante los lanceros y rodeleros españoles no tuvieron piedad de ellos. Aquello fue el golpe de gracia: los cañones y la puntería de los fusiles del Tercio ya habían diezmado considerablemente a los wo-kou. Eran aún más numerosos que los españoles: pero sólo en una proporción de dos a uno. Las katanas y naginatas defendían y atacaban alternativamente, pero no era suficiente: los rodeleros se introducían temerariamente entre sus filas a golpes de escudo y toledana, mientras la formación de picas y los guerreros tagalos mantenían a raya al grueso del ejército wo-kou como una muralla.
– ¡A degüello! -Ordenó al fin el sargento mayor.
Hartos de aguantar pacientemente la formación mientras caían sus compañeros, los piqueros rompieron filas con feroz satisfacción. Los virtuosos de la daga y espada les siguieron, diezmando a los wo-kou con la rapidez de su doble ataque incesante.
La batalla se volvió brutal; los ashigaru más combativos se mantuvieron firmes, pero la mayoría, agotada y de armadura demasiado endeble para resistir, optó por huir .
– ¡No hay manera de perseguir a esos cobardes! Sus armaduras deben pesar menos que las nuestras…
– Ahora sí que desertarán todos los demás como alma que lleva el diablo -Sentenció el sargento mayor-. Son piratas: no lucharán hasta el final. No tienen honor.
– ¡Mirad! -Señaló Gonzalo, con respetuoso asombro-. ¡Algunos sí!
La desbandada sólo dejó frente al enemigo a unos treinta samurai. El que parecía estar al mando y uno de sus oficiales, parecidos entre sí como padre e hijo, pronunciaron al unísono una frase, que fue secundada solemnemente por los demás.
– ”Antes la muerte que el deshonor”- Tradujo el capellán Remigio.
– Traducidles el lema de los Tercios -Pidió Carrión-: ¡Valientes por tierra y por mar¡.
El capitán Carrión presentó sus armas a los enemigos con un saludo respetuoso y marcial. Los treinta veteranos españoles le imitaron. Ambos bandos tenían claro lo que el honor les exigía. Para sorpresa general, el primer rônin que eligió adversario no fue un oficial, ni tampoco lo fue el español que aceptó su reto. Sin embargo, no podía ser de otro modo: Eran viejos conocidos.
– Éste es mío -Anunció Lucrecia Hernández-. Si quiere honor, lo tendrá.
– Así se hará -Sentenció el capitán Carrión. Intuía de quién se trataba: era el único samurai que no portaba el símbolo de Tay Fusa. La onubense aprestó sus armas y saludó a su adversario . Lucrecia no planeaba matarlo, sino dejarlo inconsciente; pero comprendió que no iba a tenerlo nada fácil. Munisai estaba esgrimiendo ambas armas a la vez. No al estilo español, por supuesto: el largo sable tachi y el corto jitte describían círculos secuencialmente, defendiendo con uno mientras atacaba con el otro. Pero el hecho de usar las dos armas y el impulso de giro ya era un gesto de amenaza, y de respeto. Ésta sonrió como si tuviese ante sí a un viejo amigo. O a un viejo enemigo: en un mundo de espadas y honor ¿Cuál era la diferencia, al fin y al cabo?. Lucharon largamente, poniendo a prueba sus límites una y otra vez.
El aprendiz superaba al maestro, y el maestro era el aprendiz. No podían ceñirse a un estilo concreto, y al mismo tiempo se veían obligados a usar todos. Los demás combatientes no les prestaban ya atención: imitando su ejemplo, también se estudiaban mutuamente, buscando un enemigo digno.
Y lo encontraron. Todos ellos lo encontraron.
(“Zona en obras” del hospital La Princesa, 31 de mayo de 1962)
La viuda negra de pronto lo recordó todo y se levantó bruscamente de su cama
– ¿Qué pasó con Munisai?
– Tranquila, Lucrecia -Le dijo cariñosamente Rubén- Eso fue ayer y todo salió bien.
– Le dije a Carrión que no le tocara ¿Le dejó marchar? ¿Cómo es que consiguió vencerme? ¿Y cómo es que continúo con vida?
– Se marchó en paz, sí. Parece que fuiste un buena maestra. Demasiado buena para tu propio bien -Le dijo de forma cariñosa Rubén.
– Supongo que perdiste porque es más difícil luchar intentando no matar -Supuso Victoria-. Ya que tú intentabas no matarlo, ¿Verdad? Él era el objetivo…
– Por supuesto que intentaba no matarlo. ¡No soy ninguna necia! Pero me extraña que él haya hecho lo mismo. No me debía nada y menos siendo mujer
– Dijo que sí: que había aprendido algo de ti. Y que con eso comenzaba su musha shugyo. Que no se lo que es . Ni el capellán Remigio lo sabe-Dijo Victoria
– Pues yo sí, por una vez -Presumió Rubén, con una risita burlona,-. El musha shugyo era un viaje de aprendizaje que realizaban algunos samurai para perfeccionar su técnica, su sabiduría, su hijo Musashi también lo hizo
– ¿Así que Munisai vivió para enseñarle nuestra técnica a Musashi?
– Pues ahí está lo raro, lo que pasó con el padre de Musashi es un misterio. Munisai desapareció, pero no se sabe bien cómo ni cuándo. No se sabe si Musashi fue su hijo natural o adoptivo; si llegó a criarlo unos años o ninguno en absoluto. Ni siquiera se sabe si la fecha de defunción que figura en la lápida de Munisai es correcta, o si realmente vivió ocho o diez años más, de todos modos, la esgrima europea se hizo famosa en Asia a partir de la victoria de Cagayán -Resumió con una sonrisa de triunfo-. Quizá por eso pudo aprenderla Musashi, incluso sin su padre. O con su padre, si realmente vivió más de lo que dice su lápida. Sea como sea, todo está solucionado: el libro se escribió correctamente y no perdimos Filipinas. Los jefes están encantados, Lucrecia: quieren darte la enhorabuena en cuanto salgas. Pero yo te felicito ahora no solo por ser tan jodidamente buena con la espada sino por haberte enfrentado a tus miedos Te aterroriza el mar y todo lo que tenga relación con ello y aun así le echaste un par y decidiste luchar como un soldado mas en la cubierta de un barco, casi te cuesta la vida pero lo hiciste. Y yo te admiro por eso
-Gracias Rubén, pero solo hice lo que creí que era correcto. En la vida hay dos clases de personas las que viven con miedo o las que deciden enfrentarse a sus miedos y yo soy de las segundas. No podía seguir con ese terror al mar. Tenia que superarlo
-Y lo has superado y tanto que lo has superado pero no debes forzarte podría ser contraproducente. Ahora descansa , que te vendrá bien.-Le contesto su compañero de patrulla dándole un beso en la mejilla para rato después irse junto con Victoria
Al mismo tiempo Soledad Martínez estaba hablando con su hija Pilar Lloverás .
-Yo se que no puedo aparecer así en tu vida y mas después de lo que le ha pasado a tu padre que aunque fuera un desgraciado no deja de ser tu padre. Pero tienes que creerme yo jamás quise abandonarte. Y puedo demostrártelo
-¡¡¿Y pretendes que te crea?¡¡, ¡¡¿Cómo se que me estas diciendo la verdad?.¡¡ –
-Tienes razón y a veces las palabras no dicen nada así que voy a decírtelo con hechos. Ven comigo y sabrás la verdad-
Y Pilar Lloverás sin saber muy bien porque , siguió a su madre Y unas horas mas tarde ambas se embarcaban al día en el que Soledad Martínez fue llevada presa al penal de Huesca por primera vez. Desde lejos su madre le explico toda la verdad
-Ahora ya sabes todo, pero nuestro futuro puede cambiar o nuestro pasado. O las dos cosas al mismo tiempo. Lo importante es que estemos juntas para siempre.
Y su hija le abrazo y le prometió ayudarla en todo lo que necesitara

Acerca de janessi

tierna pero no debil,me encanta escribir,follar,fumar , leer a rafael alberti y garcia lorca. actriz frustrada, en otra vida sera, estudio secretariado,trabajo de cajera en un supermercado y mi sueño actual es ser ertainza y vivir en donosti
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Una respuesta a Croosover entre el ministerio del tiempo y amar es para siempre parte dos

  1. janessi dijo:

    ya esta borrado perdona la tardanza pero trabajar es lo que tiene que no tienes mucho tiempo. Te pido disculpas y deseo que tengas un buen verano

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